Un
curso más va llegando a su fin, agonizando entre el calor, el cansancio y los
despropósitos organizativos propiciados desde lo más alto. Nos hicieron
recuperar dos días de clase en dos de fiesta por la borrasca Filomena y ahora
nos hacen terminar unas semanas antes convirtiendo las aulas en guarderías.
Incomprensible. La educación en los últimos años, arrastrada cada vez más por
todo tipo de políticos y gurús de medio pelo se nos está yendo al garete. Eso
sí, mientras haya una buena pandemia a la que echar la culpa de todo, todos
tranquilos.
Tras estas situaciones que se escapan de nuestras manos –¿quiénes somos los docentes para opinar de educación?– no nos queda otra que bajar a ras de suelo y trabajar por todo ese alumnado que está día a día ante nosotros, por supuesto atendiendo a todos, pero poniendo un cuidado y un mimo especial en aquellas personas que, por sus dificultades de aprendizaje o por cualquier trastorno, más necesitan de nosotros.
Por estas fechas, todos los años, tengo un montón de sensaciones y emociones opuestas totalmente que me hacen recordar otras fechas, personas y momentos. Por una parte, falta poco para llegar al ansiado descanso atravesando estas jornadas llenas de vacíos. Por otra, van acercándose los días en que mi vida profesional llegará a su fin y, deseoso por llegar a ese momento de libertad, me entristece perder esas caritas que cada día te esperan porque creen en ti. Incluso los que llegan sin ganas de nada, los de Formación Profesional Básica, al final reconocen tu labor e incluso quieren quedar contigo para tomar algo en verano, cuando meses atrás te hacían la vida imposible poniéndote al límite.
Todo lo demás de este mundo me resbala, lo que ha entorpecido siempre mi labor a pie de aula. Atrás quedarán papeleos sin fin, inútiles en un alto porcentaje, reuniones interminables, muchas innecesarias para justificar horas, egos inútiles que a la larga no muestran más que vacíos en otros momentos y situaciones vitales, relaciones plenas de hipocresía que escoden una falsedad que impide trabajar a gusto. No es necesario pasar por encima de nadie para hacer bien nuestro trabajo. Más bien nuestra labor debería sustentarse en ir de la mano y trabajar en equipos de verdad, no en esos que muestran tan poca profesionalidad y tantas vanidades revestidas de falsas e interesadas sonrisas. Comprendo que cada cual quiera proteger su puesto de trabajo, pero ¿es necesaria esa actitud? Creo que no.
Al final quedan esas caras de agradecimiento de alumnos y alumnas que están a nuestro lado a pesar de todo, que olvidan cualquier mal momento y te sonríen con cariño el último día de curso. Familias agradecidas por nuestra labor, y eso que, como en cualquier otro trabajo, no conocen los entresijos de lo que ocurre entre las paredes de un centro educativo. Confían plenamente en nosotros, en su mayoría.
Solo deseo descansar y que mi corazón maltrecho en estos últimos años, únicamente arropado por mis alumnos y poco más, además de algún que otro corazoncito fuera de mi trabajo, pueda rehacerse de tanta desidia para que cuando en septiembre volvamos un año más a trabajar hayamos recobrado la ilusión para luchar por estas personillas que realmente merecen nuestro esfuerzo sin límites.
Fco. Javier Lozano – 30 – junio – 2021
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