No sé qué tiene el verano que todos los años se acaba, se disuelve como un azucarillo, y eso que este no ha sido precisamente el mejor de los míos, pero al final ¡zas! septiembre estaba ahí agazapado esperando y hemos vuelto a empezar como siempre.
Repetimos todas aquellas rutinas que año tras año hemos ido realizando desde que arrancamos aquel primer septiembre hace ya ni se sabe cuánto. Todas deberían ir encaminadas al mismo objetivo, a esas personas que llegan a nuestras clases, como mínimo, expectantes. Luego ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos que el curso es muy largo y puede pasar de todo.
Mis primeros días antes mis nuevos alumnos y alumnas han sido esperanzadores, aunque siempre sabemos que cada una de estas personillas es una caja de sorpresas. Entre las cosas que han ido ocurriendo ante mis ojos, siempre hay de todo signo. Una de las primeras cuestiones que me preocupa es encontrarme con gente que, a pesar de haber estado con ellos el anterior, están como si fueran nuevos, como si el tiempo no hubiera pasado. Siguen sin más ganas que las de jugar y echar unas risas, como si los resultados de su trabajo no fueran a ser los que marcarán su avance académico y, por lo tanto, su éxito o fracaso al final del curso y estudios posteriores. Insistes e insistes y te viene a la cabeza la frase bíblica que oías decir a tus profesores, aquella de “predicar en desierto, sermón perdido” Seguiremos intentándolo.
Una de mis primeras satisfacciones es encontrarme con un alumno con un determinado síndrome y, tras ser informado por el tutor que confía en mí ante este tipo de situaciones, la clase discurre no sin ciertas dificultades hasta su final, y al salir se disculpa por sus mil interrupciones y me dice que voy a ser su profe súperchupiguay. Al día siguiente me volvió a repetir que le caigo muy bien y así hasta hoy mismo. A ver si consigo seguir con él al mismo nivel hasta el final.
Poco a poco hemos nos hemos ido metiendo con las asignaturas, eso de sí, de una manera muy peculiar (omito el significado que daba a esta palabra un compañero de mi hija pequeña). Por fin ya tienen su Chromebook y los libros digitales que llegaron algunos días después, así que hemos ido haciendo lo que se ha podido, filigranas, algo a lo que en el mundo educativo siempre estamos acostumbrados, pero poco a poco vamos a más, hasta el infinito y más allá.
Para poder empezar el curso con algo más de energía, que buena falta me hace, además de lo del chico que os contaba, ha habido un par de anécdotas que siempre ayudan a sonreír y te empujan a empezar mejor al día siguiente.
En una prueba inicial de matemáticas en un 1º de ESO me encontré con algo que llamó mi atención. Todos los ceros que aparecían tenían algo curioso, una cara con ojitos, nariz y una preciosa sonrisa, el típico emoji. Se lo comenté al chico al día siguiente y me dijo sonriendo que lo hizo por entretenerse al sobrarle tiempo.
Hablamos de la resta. Si sumas a ambos números la misma cantidad el resultado no varía. Les pongo el ejemplo de dos hermanos que con el paso del tiempo se llevan los mismos años siempre. Al terminar la clase, una chica se acerca a decirme que a ella con su hermano no le pasa eso. Pongo cara de sorpresa y me dice que es su hermano nació en año bisiesto. Una nueva sonrisa surge entre ambos.
El curso no ha hecho más que empezar. En él habrá de todo, pero arrancar en condiciones bastante complicadas siempre es más fácil con esas sonrisas que estos chicos nos ayudan a dibujar. Habrá que corresponderles, como siempre, con dedicación y entrega, pero también con otra sonrisa que les haga estar a gusto a nuestro lado.
Fco.
Javier Lozano 30 - septiembre - 2021
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