lunes, 17 de mayo de 2021

Esfuerzo y responsabilidad compartida

Imagina que faltan unas horas solamente para que mañana se juegue la final de un mundial de cualquier deporte y tus jugadores o jugadoras, da lo mismo, llevan días convocados para entrenar con el objetivo de ganar el preciado trofeo. Ante las órdenes del entrenador, unos saltan por el césped, otros se cuentan chistes y algunos incluso se sientan y sacan su bocadillo. La persona que dirige los ejercicios pide seriedad y concentración, mucha concentración, porque está en juego todo el trabajo de los últimos cuatro años, pero también el futuro de los propios jugadores, por aquello del prestigio tras el posible triunfo.

Las risas continúan, el cachondeo también, los bocadillos siguen apareciendo, el caos va tomando la misma forma que tendrá después su desengaño que, poco a poco, va pasando de premonición a una certeza casi absoluta en forma de profecía que será realidad en unas pocas horas, las justas para que las risas se conviertan en llanto y las falsas ilusiones en rotundos fracasos. La desmoralización del que los dirige, ante la certidumbre total del triste fiasco, de la catástrofe que llega como un tsunami, crece a pasos agigantados, pero nada puede hacer ante la falta de interés y profesionalidad de sus jugadores.

Llega el día y las jugadas ensayadas no salen, mientras que el equipo contrario, que lo ha preparado a conciencia, no falla ni una. Por el terreno de juego deambulan todos tras una pelota que no consiguen controlar ni recuperar en cuanto la pierden. Lo físico tampoco responde. Cuatro años de esfuerzos e ilusiones tirados a la basura.

Es ahora cuando comienzan los llantos, los tirones de pelos y todo lo que duele de verdad, todo aquello que pudo ser evitado, pero que, por desinterés, desidia o simplemente por vagancia no fueron capaces de hacer.

El esfuerzo siempre tiene su recompensa y si no que le pregunten al alpinista cuando llega a la cumbre y desde allí, respirando hondo, saborea la meta conseguida tras el cansancio acumulado.

Estas sensaciones son las que yo tengo muchos días en determinados grupos donde, además de pocas ganas de trabajar, se nota que falta esa ilusión que el alumnado debería tener. Trato de animarles constantemente y veo que no es suficiente. Siempre me pregunto qué hago mal. Analizo además la motivación que traen en sus mochilas y creo que algo está fallando. Los jugadores tienen además tras ellos una afición que les anima y alienta, aunque el esfuerzo debe ser suyo. ¿Y mis chicos y chicas? ¿Qué afición les alienta?

Creo que algo importante está fallando y no eludo mi responsabilidad, pero me da que solo con mi trabajo no llego a lo que yo quiero conseguir, necesito una ayuda que no veo por ningún lado. Eso sí, siempre que un equipo fracasa todo ser rompe por la parte más débil, el entrenador. Aunque al final se me culpará de sus fracasos, tengo la conciencia muy tranquila, pero lo que me duele realmente es que el resto de elementos del equipo no asuma sus responsabilidades porque al final el alumnado es el que paga el pato.

 

Fco. Javier Lozano, 5 – mayo – 2021


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