Su
bamboleo al caminar en la soledad del deambular hacia la escuela, acompañado de
una mochila que cuelga más abajo de lo deseable para su tierna espalda, muestra
alguna de sus carencias. Ha salido de una casa en la que no sabemos cómo ha
sido su despertar, su desayuno e incluso su despedida hasta la hora de una
comida más o menos desordenada. Al llegar a la puerta se para, mira a su
alrededor y no ve a nadie de su grupo así que, tras pensar unos segundos, sigue
su camino pasando de largo en busca de alguien que llene su soledad.
Su gesto serio, impregnado de melancolía y dosis de tristeza interior a partes iguales que ya trae en su bagaje interior, casi de serie, se torna brusco minutos más tarde en el primer momento que alguien le avisa de que en clase debe dejar de hablar y gritar con sus compañeros para sentarse en su silla y poder comenzar una clase que, a sus ojos, sea como sea y de lo que sea, se presenta tortuosa, pesada y larga. Su bebida energética momentos antes de entrar, ya poco antes de las ocho de la mañana acentúan su ya de por sí elevado nivel de nerviosismo.
Su casi recién estrenada adolescencia le viene grande, como la vida que, por cuestiones del azar le han tocado vivir a él, precisamente a él, haciendo esa vida distinta a la del resto de sus compañeros, al menos a la de la inmensa mayoría. Él quiere ser igual que el resto y trata de imitar actitudes y emular comportamientos, porque el miedo a quedarse solo se apodera de él por momentos, en especial cuando ya en casa, tumbado en su cama mirando al techo baja hasta el suelo de sus fracasos, al pozo de sus carencias y sueña una vida distinta. Su grave problema es que no sabe cómo alcanzarla, esperando que alguien le ayude a encontrar el camino o que le enseñe alguna herramienta que le permita ese ascenso por el camino que conduce a la felicidad, porque el sabe que existe, ha visto personas que sonríen ni necesidad de hacer lo que él se ve obligado a hacer buscando ese hueco entre sus iguales y mantenerse ahí si que nadie le deje de lado y a ser posible sintiendo algo de cariño.
Así va discurriendo su día, su tiempo, su vida en general, esperando que cuantos le rodeamos nos demos cuenta de que nos necesita, esperando de nosotros un cariño que parta de la sensibilidad, que corrija, pero sin hacer daños innecesarios. Yo lo conozco, seguro que tú igualmente lo tienes cerca de ti. Tendrá distinto nombre y apellidos, pero también estoy seguro de que un mismo corazón encogido y triste está esperando tu aliento. No lo dejes de lado. Dale tu mano llena de lo que siempre he llamado cariño exigente. No te arrepentirás, además de que seguro que te recompensa con una bonita sonrisa en algún momento.
Fco. Javier Lozano, 21 – marzo – 2021
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