Ya,
ni por educación, me saludas y ni me miras al entrar al aula. No te preocupes,
yo sigo fijándome en cada detalle para poder ayudarte. Rechazas mi ayuda porque
prefieres no apearte de tu enfado. Tranquilo, estaré atento a cualquier momento
en que quieras utilizar mi trabajo para apoyarte. Hablas de mí, sin mirarme, para
que escuche tu comentario y salte airado. Nada, espero que alguna vez sea cara
a cara y podamos compartir nuestras opiniones tal vez enfrentadas, pero no
irreconciliables. La educación y el respeto deben presidir cualquier relación
entre profesor y alumno. Te saltas las más mínimas normas con descaro porque
crees que, como otros profesores que has tenido, voy a enfrentarme a ti.
Pierdes el tiempo, para educar, la paciencia es una herramienta muy valiosa. Lo
aprenderás con los años.
La cuenta atrás para que tu curso termine sigue su marcha y con él tus oportunidades de vencer tus egos, marcados seguramente por la edad que estás viviendo y que acabarán también con tu posible éxito académico, solo por no querer dar tu brazo a torcer, ese que te hace pedir mientras no aportas casi nada, cuando exiges cosas que tú luego no cumples y vulneras sin la más mínima decencia y respeto a los demás, cuando quieres que se te escuche sin escuchar a nadie agazapado en tu grito exigente y tu visceralidad.
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