En
las últimas semanas han sido varias las madres que preocupadas, como casi todas
al sospechar que sus hijos e hijas puedan tener TDAH o cualquier otro trastorno
que dificulte su aprendizaje, se han dirigido a mí para poder hablar un rato y
conseguir, por lo menos, aclararse un poco. Esto me pasa habitualmente y, cuando
me veo en esta tesitura, lo hago con agrado, encantado de poder ayudarles, eso
sí aclarándoles previamente que solo soy un simple docente y pedagogo, aunque
saben que llevo años preocupado por estos trastornos.
La
mayoría de las veces te das cuenta de que necesitan saber cuatro cosas
fundamentales que les permita comprender que no tienen un alienígena en casa ni
mucho menos, sino una persona como las demás, incluso en la mayoría de los
casos con una ingenuidad y una creatividad superior al resto de su edad.
Después de todo este proceso inicial de acercamiento, comprensión y aceptación
de la situación hemos ganado ya un poco más hacia el control de la situación,
para ir solucionando más adelante el problema. Todo esto puede irse al traste
si lo que nos rodea no se coordina debidamente en el trinomio casa-escuela-calle.
Tanto
progenitores como docentes tenemos mucho trabajo que hacer para que el problema
vaya solucionándose, aunque sea poco a poco, paso a paso. Son muchos los casos
que, ante la situación de un hijo problemático, tras ser avisados por el centro
educativo por su mal comportamiento, su disruptividad e incluso su agresividad,
lo inmediato es decir aquello de… “es que tiene TDAH”, tratando de meter en ese
mismo saco a cualquier alumno con un alto nivel de disrupción. Hay que tener
mucho cuidado con este tipo de problemas y tendremos que emplearnos a fondo
para ayudarles a salir del agujero, pero no meterlos en el mismo cajón porque
estaremos haciendo un flaco favor al resto, y en concreto a las personas con
TDAH. Debemos tener muy claro que un niño (o niña) con TDAH no es un niño
problemático, es un niño con un problema y ahí está nuestro reto como
profesionales de la educación, un reto con nombre y apellidos y una familia
detrás que lo pasa mal.
Para
asumirlo con garantías, entre los profesionales de la educación, queda mucho
camino por recorrer para poder ayudarles, pues falta formación, pero también
una mínima información que nos permita distinguir lo que puede ser TDAH de lo
que no lo es. Ante ese desconocimiento en muchas ocasiones se oyen comentarios
muy desafortunados, no inventados, y que curiosamente parecen casi criterios
diagnósticos del DSM del momento, como “esta chica tiene un problema similar, muchísima falta de
atención y en el grupo se pierde constantemente” o “No ha tenido mal
comportamiento, es que es incapaz de centrarse en la clase” e incluso alguno
que llega a ser peyorativo “Con este chico el problema es distinto, es que va muy pero que muy justito
de cabeza”.
Creo que va siendo hora de
que nos impliquemos en este y otros problemas y pensemos que, en nuestra mano,
si no está la solución del problema, si puede encontrarse el principio del
camino que lleve a la solución evitando que todo sea un batiburrillo que junte
a todos en este cajón “desastre” en que en muchos momentos se convierte el
TDAH.
Fco. Javier Lozano, 18 - noviembre - 2020
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