Ya han discurrido las dos primeras semanas con alumnado en mis clases. He dejado que pasaran unos días antes de contaros mi experiencia en esta situación que todos estamos viviendo como podemos. De momento veo que los chicos y chicas que vienen a mis clases son los de siempre, eso sí con mascarilla, pero con sus necesidades, sus carencias y por supuesto sus aptitudes y cualidades, todas de ellas por desarrollar, y ahí es donde tengo yo mi reto un curso más y ya van… muchos.
La desagradable situación que estamos viviendo es realmente incómoda, sujeta a muchas normas que la hacen unas veces más segura, pero otras a veces absurda y, en algunos casos, casi surrealista. Alumnos que te hablan y no entiendes casi nada por llevar la boca tapada a los que tú contestas en condiciones similares. Se pide distancia en clase y pasillos y ves poco después al docente que ha estado pendiente en el aula de que no se acercaran más de lo aconsejable acompañándolos al recreo siendo prácticamente imposible que pueda conseguir que bajen uno a uno a dicha distancia porque necesitaría multiplicarse por cuatro para controlar a todos, además de encontrase para facilitar la cosa con otro grupo y luego otro con otros profesores o profesoras que se encuentra en las mismas condiciones.
Esos dos ejemplos, junto con otros muchos del día a día, son aderezados por otros no menos importantes como son las directrices de las instituciones educativas y algunas de los propios centros, normas siempre pensadas supuestamente por el bien de todos, algo que no dudo en absoluto, pero unas en más de una ocasión parecen más pensadas de cara a la galería y otras al propio ego personal. Todas y cada una de ellas están forjando algo que me preocupa porque también hace daño a nuestra sociedad, y ahora mismo a cada uno de nuestros jóvenes, y es su tristeza, una tristeza que se ha instalado en muchas personas ante lo desconocido, en este tiempo que entre todos tenemos que ir haciendo que termine, por medio de nuestra responsabilidad y pensando en los demás, el resto de las personas que viven a nuestro lado o que pasan por él.
Tenemos que volver a reactivar la alegría en nuestros alumnos, a enseñarles a reír con la mirada, esa que es capaz a la vez de comunicar tantas cosas y que las mascarillas no pueden ocultar. Que estas, los hidrogeles y todo aquello que nos protege del puñetero bicho al que todos detestamos por miles de razones no apague nuestras ganas de hacer la vida agradable a los demás, que no nos impida sonreír y abrazarnos y besarnos con la mirada.
Yo tengo la sensación de que alguien me ha quitado varios meses de vida, seis de momento, al menos al bueno de Sabina solo le robaron el mes de abril. A todos nosotros, como a él en este periodo de pandemia, unos cuantos más y esperemos que entre todos consigamos que sean los menos posibles, que solo vivimos una vez.
Javier Lozano, 27 - septiembre - 2020
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