martes, 14 de julio de 2020

Pupitres desiertos


Una mañana me encontré que, en vez de ser un lunes como los demás lunes del curso, de repente todo había cambiado. Desde ese día mis aulas ya no iban a ser las de todos los días y mis chicos y chicas, esos que me esperaban todas las mañanas con su bullicio, sus risas y sus bromas, ya no iban a estar compartiendo una buena parte de mi vida diaria. Todos pensamos que serían unos días, como se venía oyendo, tal vez unas semanas, pero la cosa se eternizó y nunca más los pude volver a ver en persona.

Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la pantalla y a través de ella compartimos confidencias y sonrisas mientras explicaba conceptos y problemas de matemáticas. He tenido la suerte poder hablar con algunas madres sobre sus hijos, algo que a menudo es más complicado porque no las ves por la escuela cuando van para alguna gestión.

Como en la escuela, había personas que nada más colgar la tarea del día en Classroom, minutos después la entregaban perfecta, mientras que otros tres meses después nunca aparecieron. La verdad es que cuidé de mandar mucho menos de lo que se hace en una hora de clase y todos me lo agradecieron, nunca puse fecha límite aparte de la que da el sentido común de cada uno de mis alumnos o alumnas, pensando además que muchos no tenían un ordenador para cada miembro de la familia y que seguramente necesitaban usarlo todos de casa.

Se ha notado la presencia y ausencia de las familias tras ellos claramente. Los más responsables la han necesitado poco, tal vez simplemente el empujoncillo para animarlos a seguir adelante. Otros han sufrido una persecución inevitable para que siguieran un ritmo razonable. Los menos han reflejado una ausencia de apoyo, a veces por trabajo, o simplemente el desconcierto de unas familias que estaban perdidas, muy perdidas.

Ha sido curioso ver trabajar uno a uno a chicos y chicas con TDAH, incluso a algunos que, sin serlo se despistan también más de la cuenta. No tener compañeros al lado con los que distraerse, hablar o enredar les ha hecho trabajar de una manera impensable en el aula. Padres y madres de alumnos distintos me comentaban que lo del confinamiento en ese aspecto les había ido de maravilla, que el trabajo en grupos cooperativos con compañeros al lado les perjudicaba. Curiosas conclusiones para tener en cuenta a quien corresponda.

Una cosa que, en este periodo desde el punto de vista del alumnado, me ha sorprendido relativamente por lo esperado del tema, es la de personas que llevaban dos años sin dar palo al agua y de repente, al mandar unos pocos ejercicios para poder recuperar las dos evaluaciones hechas en el periodo anterior a la pandemia, los entregaron más allá de la perfección si eso fuera posible. Bueno, flaco favor por quienes se lo hayan hecho, cosa que no puedes ni debes discutir, pero de eso ya hablaremos en el siguiente artículo de estas breves reflexiones al hablar de las familias y sus responsabilidades.

Un último punto de esta rápida y esquemática reflexión es lo desagradable que fue recibir, más que quejas, airadas protestas de algún alumno que se había quedado con la copla tantas veces repetida en los primeros días en los medios, de manera irresponsable por su precipitación, de un aprobado general que nunca fue tal, o de interpretar desde el punto de vista de sus intereses aquello de que lo que valía era la actitud más que la aptitud. Basta con un ejemplo. Un alumno me decía por correo electrónico que no me imaginaba lo triste que estaba por no aprobar, que él sabía que me había entregado todo muy mal, pero que lo había entregado, que lo debía aprobar que él además no era de números. Para muestra vale un botón.

Fco. Javier Lozano, 14 - julio - 2020

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