Hace
unos días, aprovechando estas vacaciones me acerqué al pueblo a cargar pilas
para afrontar el fin de curso. Allí las horas pasan de otro modo. Los sonidos
nada tienen que ver con los de la ciudad, se oyen los pájaros, la lluvia que cayó
durante horas tenía ese ruido especial de repiqueteo de tejas y al llegar al
suelo era casi como si se escuchara cada gota al golpear en él. Las personas
son personas, no como aquí que muchas son simplemente seres que pasan a tu lado
metidos en su vida, en ese mundo interior que mata las relaciones humanas.
Llegué
con la ilusión y la emoción de mi nueva novela recién salida de la imprenta que
se desarrolla por esas calles y un montón de encargos que tenía que satisfacer.
Por si acaso lleve algunos más. La sorpresa fue que casi me quedé sin ninguno.
Eso con la comida popular en el pabellón y un par de cenas entrañables con
amigos y familiares completó la jornada. La sensación con la que terminé el día
fue impresionante, pero todavía quedaba algo que yo no podía imaginar.
A
la mañana siguiente decidí dar un pequeño paseo por el pueblo y lo que ocurrió
fue increíble. Siempre que salgo todo el mundo me saluda y se para a conversar
conmigo un poco y, por eso, avanzar unos metros me cuesta mucho. Es un
privilegio, el estar en un entorno, mi pueblo, donde la gente me conoce y me
quiere. Pero esta vez fue algo muy especial.
Después
de saludar, lo primero era contarte impresiones de la novela. Todo el mundo
coincidía en muchas cosas. La primera en no haber podido aguantar y verse
obligados por la curiosidad a empezarla la noche anterior. Después te
transmitían ese verse cien años atrás recorriendo callejas, algunas ya casi
borradas por la despoblación, metiéndose en la vida de cada uno de los
personajes.
Nunca
había tenido esa sensación tan indescriptible. Cuando escribes un libro, aún
recuerdo el primero de los míos, estás en una nube y luego la gente te va
diciendo cosas allá por dónde vas y te sientes orgulloso de que sirva para algo,
pero no es comparable con verte con tus lectores por la calle y que en pocos minutos,
muchos de ellos, te digan lo que están disfrutando con la lectura y te cuenten
sus sensaciones, esas que salen del corazón y que mueven las emociones.
Me
siento feliz de la experiencia vivida, el cara a cara con tantos lectores en
plena calle y, sobre todo, ese abrirte sus corazones para expresar sus sentimientos
y regalarte sus emociones. Creo que no será fácil volver a revivir esos
momentos que guardaré para siempre en lo más profundo de mi corazón. Creo que
ni los más famosos escritores en esas firmas de libros, en las que toman
contacto con sus lectores, pueden llegar a tener esa intensidad. Mi experiencia
en firmas de libros ha sido siempre agradable, pero nunca llega a este nivel de
comunicación, ni verbal ni emocional.
Gracias
a todos mis familiares, amigos y lectores en general por tanto cariño una vez
más.
Javier
Lozano 23 - abril -2019
Me siento orgulloso de,tenerte como amigo y vecino.Felicidades.
ResponderEliminarYo también siento lo mismo hacia ti mi querido amigo.
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