Muchas
veces nos preguntamos qué problemas presentan nuestros alumnos y alumnas a la
hora de estudiar matemáticas. Dándole vueltas me di cuenta de que, antes de
llegar a enfrentarse con la asignatura, se encuentran con muchos inconvenientes
que influyen negativamente, unos por la edad, tal vez la temida adolescencia,
otros simplemente conductuales, probablemente en muchos casos, influidos en
mayor o menor grado por lo anterior, pero hay un factor que debemos cuidar con
mimo y que se está dejando algo de lado en los últimos tiempos, la organización
del aula y los espacios entre clases, esos en que se suelen quedar los alumnos
algunos minutos solos.
Cuando
entras al aula, suponiendo que el cambio de profesor se haya llevado lo más
cuidadosamente posible, puedes encontrarse como poco, a dos o tres alumnos
fuera de su sitio, incluso correteando. No digo que tengan que estar sentados y
callados repasando lo que se va a ver en la siguiente clase, que no estaría
nada mal, pero lo habitual es que el resto se encuentre también vociferando y
gritando sin mesura. Eso no favorece la clase siguiente. Bastaría con un poco
de control para que hablen relajadamente, pero sin alterar un orden que después
es muy difícil de recuperar y que, en el mejor de los casos, nos roba un buen
puñado de minutos.
Ahí
entra el papel del profesor. Todo el mundo, al verle aparecer, debería
prepararse para empezar la clase, pero no. Por suerte pasaron a la historia
antiguos métodos, felizmente erradicados, como el golpe en la mesa, los gritos
y otros peores. Hoy deberíamos recurrir a la razón, a enseñar a respetar el
silencio, a los compañeros y al profesor, persona clave en el proceso educativo.
En los últimos años se ha conseguido incrementar al máximo el respeto al alumno,
pero con el profesor no ha ocurrido lo mismo, e incluso en muchos casos se ha mermado
llegando a mínimos preocupantes.
Muchos de los alumnos y alumnas de
nuestros centros creen asistir a ellos como el que va a un grupo juvenil en un
día de fiesta. Esta idea la veía hace poco al leer en prensa una entrevista
realizada a la pedagoga sueca Inger Enkvist, “La nueva pedagogía es un error.
Parece que se va a la escuela a hacer actividades, no a trabajar y estudiar”. En
clase, tras muchos años, se consiguió hacer desaparecer el miedo que pasamos
muchos en épocas negras de la educación de este país, donde casi todo lo
arreglaban, supuestamente, con un bofetón o la humillación ante los demás. Hoy
hablar, reírse e incluso canturrear en clase parece algo casi normal, cuando no
se maneja un móvil a escondidas o a veces sin ningún pudor. Este tipo de
situaciones hace que tengamos que vernos enfrentados a momentos casi
surrealistas, cuando el sentido común las muestra como fuera de lugar para
cualquier persona sensata.
Tras
todo esto, eso sí, llegan unas calificaciones cuestionadas en muchas ocasiones
por familias que creen tener un hijo o hija al que desconocen en su hábitat
educativo, pero que en casa cuenta la feria según le va y le conviene. Mientras
tanto lo pasa en grande amparado en la masa. Eso sí, tras tres meses de no
hacer nada, ante el pavor del qué me dirán en casa, no del suspenso en sí,
preguntan si pueden hacerte un trabajo extra. ¿Extra? Si no han hecho nada hasta
ese momento. Les explicas que lo evaluable es el trabajo diario. Como leía en
Twitter hace unos días, bastan tres pasos para aprobar cualquier asignatura: 1.
Trabaja 2. Un 3. Poquito. Me pareció simpática la idea, a la vez que muy
acertada.
Ahora
llega el fin de curso y todos quieren llegar a la meta del aprobado. ¿Te
imaginas a un deportista que se levanta tarde y, llegando media hora tarde a la
salida pretende alanzar a los demás? Me temo que sería imposible. Pues algo así
ocurre. Gente que de repente quieren llegar al triste aprobado rapado después
de casi más de nueve meses sin apenas trabajar.
Así
que después de darle muchas vueltas a qué problemas tienen mis alumnos y
alumnas a la hora de estudiar matemáticas, llego a la conclusión de que no son
muy distintos a los de las demás asignaturas, puesto que se está perdiendo, y
no sé si llegamos ya a tiempo, el valor del esfuerzo, algo muy importante en el
aula, pero mucho más todavía después a lo largo de la vida.
Una
vez recuperado ese valor, amparado en un interés por el conocimiento que
debemos fomentar, tanto de la materia por los alumnos, como del profesorado por
las técnicas utilizadas para acercarlo a los estudiantes, podremos hablar de
los problemas concretos que afectan a la asignatura que nos ocupa, porque
mientras no se adentren en ella no hay asignatura y por lo tanto no pueden
saber lo que tiene de dificultad, pero tampoco de atractiva.
Javier
Lozano, 22 – Mayo – 2019
Totalmente de acuerdo Javier. Para poder conseguir todo eso es imprescindible una educación en casa, cosa harto difícil en estos tiempos, porque yo sigo pensando que a los chicos de hoy sobretodo hay que enseñarles primero de todo a respetar. Así sería todo mucho más fácil en todos los ámbitos y eso ahorraría muchos problemas. Pero insisto que el respeto es un traje que hay que ponerse en casa antes de salir.
ResponderEliminarVeo que no estaba muy equivocado entonces. Muchas gracias
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