domingo, 24 de marzo de 2019

Con mi maleta cargada


Desde que comenzara el curso, allá por septiembre, he visitado muchos lugares, en Zaragoza y fuera de ella. En todos ellos el calor de la gente que viene a escucharte y participar en tus ponencias y cursos es increíble. Te encuentras a gusto, valorado y sientes que en muchas personas consigues efectos que te hacen sentir tremendamente feliz.

Eso llena a nivel personal, os lo aseguro. Que unos padres se acerquen para hacerte partícipe de los logros de sus hijos es algo que llega muy adentro, es muy complicado explicar a nivel emocional ese tipo de sentimientos, pero nunca imaginaba que otros detalles fueran igual, e incluso más importantes a nivel afectivo, que los que os estoy contando.

Hace un par de semanas estuve en un precioso pueblo manchego de la provincia de Cuenca, San Clemente, donde no solo sus vinos y quesos son impresionantes, os lo puedo asegurar, pero también sus gentes. No es fácil llegar a un lugar y sentirse tan a gusto. Que la idea de llevarme allí desde hace meses fuera de una alumna mía de hace ya un buen puñado de años tenga algo que ver es indudable, pero luego todas las personas que allí conocí superaron las expectativas.

Si todo esto hizo que me sintiera como en casa, poder compartir algunas horas con personas tan especiales como Ángel, Diego, Álex o Sergio fue algo difícil de explicar, en cada caso por su forma de ser. Ángel, que hace honor a su nombre, me siguió desde que me vio con la vista, con su sonrisilla de niño encantador. Diego con sus cuentas mentales y su gracias. Ambos majísimos. Más tarde cenar con Álex y echar unas risas por sus cosas fue espectacular y, ya luego, la sonrisa de Sergio y su cariño algo fuera de lo normal. Cuatro personas distintas, cuatro seres humanos increíbles, maravillosos. De algunos de ellos dicen que son discapacitados. ¿Seguro? Su capacidad de sonreír y de hacer felices a cuantos les rodeamos está fuera de toda duda. Sus abrazos al despedirse en nada se diferencian a los del resto. No sé, tal vez hasta estuvieron más cargados de amor y cariño hacia mí.

San Clemente marcó un antes y un después en mi vida tras convivir con estos chicos y sus familias. Palabras como normalidad, Dow, discapacidad y tantas otras ese día perdieron para mí gran parte del sentido que nuestra sociedad les atribuye en muchos casos sin pensar en las personas que están tras ellas.

Yo volví con la pequeña maleta que llevé llena de sensaciones, de cariño, de ellos y de sus familias, de sentimientos y ganas de volver, pero por si fuera poco, por la mañana cuando fuimos a desayunar Ángel, mi nuevo pequeño amigo de 6 años me hizo además un magnífico regalo que os quiero enseñar, sumando más valor aún si cabía ya al resto de cariño que me traje a casa para siempre. Eso sí que es una joya de valor incalculable.

Javier Lozano, 23 - marzo - 2019

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