Desde
que comenzara el curso, allá por septiembre, he visitado muchos lugares, en
Zaragoza y fuera de ella. En todos ellos el calor de la gente que viene a
escucharte y participar en tus ponencias y cursos es increíble. Te encuentras a
gusto, valorado y sientes que en muchas personas consigues efectos que te hacen
sentir tremendamente feliz.
Eso
llena a nivel personal, os lo aseguro. Que unos padres se acerquen para hacerte
partícipe de los logros de sus hijos es algo que llega muy adentro, es muy complicado
explicar a nivel emocional ese tipo de sentimientos, pero nunca imaginaba que
otros detalles fueran igual, e incluso más importantes a nivel afectivo, que
los que os estoy contando.
Hace
un par de semanas estuve en un precioso pueblo manchego de la provincia de
Cuenca, San Clemente, donde no solo sus vinos y quesos son impresionantes, os
lo puedo asegurar, pero también sus gentes. No es fácil llegar a un lugar y
sentirse tan a gusto. Que la idea de llevarme allí desde hace meses fuera de
una alumna mía de hace ya un buen puñado de años tenga algo que ver es
indudable, pero luego todas las personas que allí conocí superaron las
expectativas.
Si
todo esto hizo que me sintiera como en casa, poder compartir algunas horas con
personas tan especiales como Ángel, Diego, Álex o Sergio fue algo difícil de
explicar, en cada caso por su forma de ser. Ángel, que hace honor a su nombre,
me siguió desde que me vio con la vista, con su sonrisilla de niño encantador.
Diego con sus cuentas mentales y su gracias. Ambos majísimos. Más tarde cenar
con Álex y echar unas risas por sus cosas fue espectacular y, ya luego, la
sonrisa de Sergio y su cariño algo fuera de lo normal. Cuatro personas
distintas, cuatro seres humanos increíbles, maravillosos. De algunos de ellos
dicen que son discapacitados. ¿Seguro? Su capacidad de sonreír y de hacer
felices a cuantos les rodeamos está fuera de toda duda. Sus abrazos al
despedirse en nada se diferencian a los del resto. No sé, tal vez hasta estuvieron
más cargados de amor y cariño hacia mí.
San
Clemente marcó un antes y un después en mi vida tras convivir con estos chicos
y sus familias. Palabras como normalidad, Dow, discapacidad y tantas otras ese
día perdieron para mí gran parte del sentido que nuestra sociedad les atribuye en
muchos casos sin pensar en las personas que están tras ellas.
Yo
volví con la pequeña maleta que llevé llena de sensaciones, de cariño, de ellos
y de sus familias, de sentimientos y ganas de volver, pero por si fuera poco,
por la mañana cuando fuimos a desayunar Ángel, mi nuevo pequeño amigo de 6 años
me hizo además un magnífico regalo que os quiero enseñar, sumando más valor aún
si cabía ya al resto de cariño que me traje a casa para siempre. Eso sí que es
una joya de valor incalculable.
Javier
Lozano, 23 - marzo - 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario