Hace un par de noches llegaba por fin a casa. Dos fines de semana seguidos, doce trenes con sus respectivos
cambios de uno a otro, algunos apurados de tiempo, hoteles, taxis, autobuses.
Todo ello en montones de horas fuera de casa. Entre uno y otro, evaluaciones,
clases, prisas y pocas horas de descanso, de relajación, de dedicación para la
vida privada.
Cuando
hoy me he levantado siento en mi corazón el eco de lo vivido en Valladolid, el
cariño de la gente que vino a la jornada que allí disfrutamos. No he borrado de
mi memoria mi fin de semana anterior en San Clemente (Cuenca). Imposible. No he
tenido tiempo hasta ahora, pero quiero dedicarle también un momento aparte en
unos días.
Sentir
el cariño de la gente que te recibe y te mima hasta el último segundo a su
lado, de la que viene a escucharte porque le aportas algo, por poco que sea,
para el trato diario con sus hijo/as o sus alumnos/as, sus palabras haciéndote consciente
de ello, personas que se desplazan de otras ciudades para estar allí. Todo este
tipo de cosas es increíble, es lo que te hace seguir y empeñar tu tiempo porque
solo todos de la mano podemos ayudar a ser felices a nuestro alumnado, afectado
por el TDAH y por otras muchas cosas más.
La
jornada vivida en Valladolid me ha reafirma en mi objetivo como educador y,
mucho más allá, como persona. Sentir de vuelta de quienes te rodean, la fuerza
que un día comunicaste desde un escenario, una clase o en una breve
conversación al terminar una de tus ponencias, es algo difícil de explicar,
porque te llega al corazón y retroalimenta tus ansias de ayudar, haciendo que
las horas previas de preparación, de viajes y todo lo que rodea a este tipo de
eventos, quede en un plano cercano al olvido.
Hace
unos días hablaba con un buen amigo, y me decía convencido que, en casi todo en
la vida, pero especialmente en la educación, lo más importante son los afectos,
desde una mirada en el momento oportuno, hasta una palmada en la espalda o un
abrazo a tiempo. Cada día lo constato al ver cómo hay gente que vive la
educación a golpe de nota, a base de valorar personas con números, dejando de
lado cuestiones tan importantes como el esfuerzo, hoy en día cada vez más
olvidado en nuestras aulas. Los números con los que se debe valorar el trabajo
del alumnado, su asimilación de contenidos y conceptos, que simplemente son
indicadores, se convierten en verdugos de horas de trabajo y de ilusiones,
cercenando de raíz la motivación hacia el paso siguiente. Si todo esto se
mirara precisamente desde esa óptica del afecto, las cosas cambiarían
radicalmente y en las aulas se respiraría un mejor ambiente de colaboración y
trabajo.
La
experiencia vivida a orillas del Pisuerga ha sido totalmente enriquecedora para
todos. Siempre este tipo de jornadas te hacen volver fortalecido y satisfecho,
pero en esta ocasión ha habido una conexión entre ponentes y ponencias increíble,
con un equilibrio a veces complicado de conseguir y, lo que es más difícil, a
nivel personal. Si a eso añadimos la unión con el público asistente la organización
puede sentirse satisfecha porque nosotros nos fuimos de Valladolid dispuestos a
volver a vivir cualquier día otra experiencia como esta, absolutamente
inolvidable.
Gracias
a todos
Javier
Lozano 18 – marzo - 2019
Im-presionante,en mi caso son las segundas jornadas a las que asisto y sigo pensando que si fueran más profesores(no digo que no fueran)nuestros niños estarían más apoyados y comprendidos.
ResponderEliminarLo bueno de tener a seres humanos como tú, no perdemos la esperanza de que nuestros hijos lleguen a conseguir lo que se propongan aunque nos cueste lo que sea.gracias y a seguir
Muchas gracias por estas bonitas palabras. Sólo juntos podemos conseguir que estos niños y niñas puedan conseguir ser felices. Seguiré luchando a vuestro lado.
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