Cuestión de vista

Ya tengo hora en la óptica para revisar si la poca graduación de mis gafas ha sufrido alguna modificación que, con el paso de los años, sería lo más normal. 

Ayer en un colegio, en su Escuela de Familias, estuve hablando del TDAH con las personas que asistieron. Siempre que conversas con los progenitores de nuestros alumnos salen las mismas cuestiones, porque para muchas de las personas que van a estas reuniones o charlas el problema suele ser bastante nuevo por la edad de sus hijos e hijas. Todos reconocen su creatividad, esa increíble ingenuidad que poseen y muchas otras características enormemente positivas, pero a la vez, como las personas que mejor conocen a sus hijos, también son capaces de reconocer otras menos positivas como que en algunas ocasiones generan ellos los problemas o no saben cómo quitarse de en medio cuando la cosa se está liando y, por lo tanto, se cargan con culpas que a veces no son suyas.

Lo que estas familias, la mayoría eran madres como casi siempre, nunca entienden y a mí me sucede igual que a ellas, es el comportamiento no tanto de sus hijos, sino de ese tipo de docentes que no son capaces de meterse en la piel del alumnado afectado de TDAH, aunque me temo que les pasa con cualquier situación que se salga un milímetro de lo que creen normal. Sin defender a estos alumnos a capa y espada pues, como decía, muchas veces saben como nadie meterse en problemas e incluso crearlos, es difícil explicarle a una madre por qué la respuesta de un profesor a su hijo, ante sus repetidas toses, sea que para ir a molestar a clase se podía haber quedado en su casa. Tal vez sea mejor decirle que vaya a beber algo de agua o aconsejarle que debería ir al médico, pero seguro que ese niño no se levantó pensando en cómo arruinar la clase de ese docente de poca cintura con sus toses.

Otra madre se quejaba de un profesor incapaz de entender que estos niños con TDAH suelen ser algo torpes en ocasiones y que se les caen las cosas mucho más que al resto, igual que se les rompen las gafas o el brazo. Así, al caérsele en clase el libro, comenzaba a meterse con el chico por tirar, según él, el libro a idea para molestar. Seguro que ese alumno tiene mejores cosas que hacer para divertirse.

Yo estoy convencido de que el problema radica en dos cuestiones fundamentales. Una, la formación, algo que escasea en este terreno. La segunda es algo más complicada porque suele venir de serie con la persona, su empatía, su saber acercarse al niño y estar a su lado cuando tiene un problema. Claro que este tipo de personas, escasas en recursos emocionales, tienen dificultades también en la calle o en las tiendas, lo que ocurre es que con una personilla que está en sus manos y con mucha menor edad, es mucho más sencillo actuar de este modo.

Siempre repito que el niño o niña con TDAH no es un problema, sino que tiene un problema y, por lo tanto, debe suponer un reto educativo para todo aquel que se sienta EDUCADOR de verdad, de corazón. Al final sigo pensando, como he dicho muchas veces que, además de todo esto, formación, entrega y demás cuestiones importantes para la labor del docente, debemos aprender a mirar a nuestros alumnos de otra manera, a los que tienen TDAH y a los que no, por eso espero que en la óptica me ajusten la graduación de los cristales de mis gafas, pero que ni se les ocurra tocar ni en lo más mínimo la forma de mirar a mi alumnado. 

                                                          Javier Lozano 31 - enero - 2019