Todos
los años la misma canción. Los malditos números, esos que día a día me
acompañan en mis clases de matemáticas, parecen volver loco a todo el mundo.
Sí, cada trimestre por estas fechas llegan las evaluaciones, esos momentos
donde habría que ver si el alumno va superando dificultades, si ha evolucionado
respecto del punto inicial de ese periodo y muchas
valoraciones más, entre las que destacaría situaciones personales o familiares
que, aunque no deban definir la nota con el consabido “probrecillo hay que
aprobarlo”, ni por el “que se fastidie y estudie más” y otras lindezas por el
estilo muy alejadas de lo que debería ser nuestro espíritu educador, deben ser
tenidas en cuenta por aquello de que estamos educando, puesto que somos
educadores y no simples contables de aciertos y errores.
Me
canso siempre de la pregunta eterna ¿me llega la nota? ¿me has aprobado? que
convierten a nuestros alumnos en cajas registradoras de calificaciones,
llegando a ser auténticos “noteros”, calificativo que escuché hace tiempo y
que, a pesar de que a mi alrededor sigo escuchándolo alguna que otra vez, odio
de verdad. Debemos pensar que tras el alumnado están las familias y que, aunque
muchas valoran su trabajo y progresión, otras, al unísono con docentes
contables, hacen medias de las notas de sus hijos e hijas para ver si pasa del
4,9 al 5,0 o se queda colgado como nos pasaba de críos en aquella partida de la
máquina que por un punto no nos daba otra partida gratis. Esto no es un juego,
es algo mucho más serio.
En
la familia se suma, se divide por el número de notas y se da por añadidura la
bondad del alumno en la inmensa mayoría de los casos, con lo que está aprobado
seguro. Pero la realidad es otra, la que el profesor ve del alumno, ese que ayuda,
que atiende y trabaja o del que no para de molestar y ayuda a fracasar
académicamente a su compañero. Por eso, con todos esos datos es más justo el
proceso evaluador, puesto que se observan muchas más variables que un solo
dígito que, vete tú a saber cómo se ha conseguido.
Así
pues, espero antes de entrar en unos minutos en otra de esas reuniones de
evaluación donde se hablan de tantas cosas, muchas de ellas irrelevantes, repitiendo
hasta la saciedad cuestiones mil veces comentadas y que, lejos de medias y
números malditos, se hable del alumno, de su propia individualidad, de sus
progresos, de todo aquello que la hace más persona y menos masa, porque si para
algo estamos en este mundo de la pedagogía es para educar, para enseñarles,
junto con sus familias, a saber manejar mejor las habilidades sociales que les
ayuden a conducirse como personas libres y responsables en este camino, a veces
penoso pero otras muchas veces apasionante, que puede ser la vida.
Javier
Lozano, 14 - diciembre - 2018
A mí, personalmente,siempre me gustaron más las letras que los números...pero hay que reconocer que éstos constituyen elementos importantes de nuestra vida cotidiana, entre ellos las notas académicas. Y yo me pregunto: ¿por qué no nos olvidamos de esos "malditos números " y nos centramos en aprender, tanto educadores como alumnos?. Al fin y al cabo, el alumno que aprende acaba plasmandolo en una nota de la que poder sentirse orgulloso. Y por supuesto,por extensión, padres y educadores también deberían estar orgullosos del alumno por el esfuerzo y la ilusión demostrados en el apasionante mundo del aprendizaje.
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