Han
pasado algunos días de rodaje de este nuevo curso y ya voy conociendo a mi
nuevo alumnado, esas personas a las que me debo y a las que tengo que ayudar en
su camino hacia la madurez. Unos son viejos conocidos, otros del curso anterior
y algunos han llegado procedentes de otros centros, muchos de primaria.
Las
primeras clases se muestran la mayoría como gente formal y sensata, una
sensatez a veces preocupante que no coincide con la lógica de esa etapa vital
en que están, esa preadolescencia en unos y adolescencia en otros, que los
mantiene en ebullición constante.
Yo
les puse mis cartas sobre la mesa desde el primer día, como soy, cómo les voy a
tratar, aclarándoles que estoy para trabajar por y para ellos. Su sonrisa y
algunos gestos me mostraron su agradecimiento, algo que contrastará días
después con sus pillerías, despistes y algún enfado propio de la edad.
De
momento me quedo con sus caras atentas y esas miradas que, en la mayoría de los
casos buscan más allá de lo que ven, porque valoran lo que sus sentimientos les
dicen en función de lo que han vivido en años anteriores con otros profesores y
muchos en otros centros. Para unos la vida continúa, para otros comienza una
nueva oportunidad de vivir con otras personas, otras experiencias y, por lo
tanto, con otras sensaciones que pueden cambiarles esa vida, si no totalmente
si el rumbo a seguir en ella, por eso debemos ser conscientes de la importancia
de nuestra labor, nuestras reacciones ante ellos y nuestro ejemplo.
Van
pasando los días y las relaciones personales, tremendamente importantes en la
felicidad de las personas, van dando paso a sonrisas mucho más reales y
sinceras, más dirigidas a lo que sienten que a lo que imaginaban en las primeras
clases. Empiezan a sentir más seguridad en su medio y aflora ya la persona con
más claridad atisbando más allá sensaciones, caras,
sonrisas, problemas, casos de TDAH y de otros tipos de dificultades que
únicamente una educación inclusiva puede conseguir solucionar.
Ya
ha llegado pues la hora de pensar más allá de los contenidos al entrar en el
aula y ver sus caras porque, a partir de ahora en sus miradas, podremos
entender esa sonrisa que nos complace o la tristeza que nos debería preocupar,
ese no parar en todo momento o esa pillería que nos saca de nuestras casillas,
porque tras esas reacciones se esconden cuestiones de mayor calado que tal vez
pueden ser claves en el devenir de nuestro alumnado, problemas personales,
familiares, escolares, tal vez un posible acoso escolar o mil y una cosas más
que pueden estar comenzando a arruinar esta fase de su vida dejando un poso de
tristeza o amargura para el resto de ella.
Como
dicen los entrenadores y jugadores de fútbol al empezar la temporada si pierden
algún partido, aún queda mucho por jugar, mucho por luchar por dar la cara ante
nuestros alumnos y sus familias, aunque nos vean como los raros de la película
los que no entienden más allá de las páginas de cualquier libro porque, a día
de hoy, para poder ser bilingües, poder llevar a cabo proyectos innovadores en
nuestros colegios e institutos, manejar todas las tecnologías habidas y por
haber y cualquier cuestión relativa a la mejora de los centros, que por
supuesto es necesario llevar a cabo, antes debe existir una base sólida sin la
cual todo lo anterior no alcanzará ni una mínima parte del éxito que pregonan
unos y otros.
Hoy
más que nunca debemos pensar en lo que es el alumno, y la mochila personal
invisible que lleva cuando se acerca a nosotros, esa que a veces les pesa mucho
más que la descomunal que cuelga de su endeble espalda cuando lo vemos entrar
al aula. Y nosotros podemos ayudarles a aligerar ese desagradable peso.
Javier
Lozano 30 - septiembre - 2018
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