Hace
ya un tiempo, habría transcurrido poco más de un año desde la salida de “Juanito
y su TDAH. Ser feliz es posible” en una visita a una universidad, una amiga que
daba clases en ella me contó que iba a traer su libro para que se lo hubiera
dedicado, pero que le había dado vergüenza ya que lo tenía todo subrayado
puesto que en él estaba encontrando un montón de claves para educar a su hijo.
Yo, la verdad es que me quedé muy gratamente sorprendido y a la vez sentí una
enorme satisfacción, la que siempre quieres sentir cuando escribes para la
gente, pero no esperaba tanto.
En
todo el tiempo que llevo dando charlas, ponencias en cursos, etc. es muy bonito
cuando se te acerca alguien al finalizar y te agradece lo que has contado, especialmente
porque creen que están haciendo las cosas bien y eso les anima a seguir. A mí
me asusta esa reflexión porque yo no estoy en posesión de la verdad, también puedo
estar equivocado en algo, simplemente hago mi trabajo con ilusión y sobre todo
con unas altas dosis de humildad y de algo que en educación escasea, humanidad,
aunque se nos llena la boca y se olvida a favor de otras cuestiones mucho menos
básicas y mucho más comerciales, o de simple y puro escaparate.
Todo
esto lo cuento porque quería compartir contigo lo que me ha sucedido hace unas
horas. Me han traído de la librería donde principalmente se están vendiendo en la
ciudad mis dos libros sobre TDAH, el ya citado y “Mi hijo tiene TDAH. La
entrega de una madre”, un ejemplar de este último que ha llevado una señora de
setenta y mucho años. Tenías que verlo. Literalmente machacado. Parece que
tenga un montón de años, no parece el mismo que se llevó hace un par de
semanas. Aquel día me habló de un nieto y quería leerlo antes de regalárselo a
su hija. Hoy al verlo me he quedado de piedra. Todo el libro está lleno de
frases, fragmentos y notas de lo que la mujer ha creído más importante subrayado
todo ello con fosforito rosa, incluso hay páginas con la esquina doblada por la
importancia para ella su contenido. Además, en determinados lugares, al lado
del subrayado se aprecia el nombre de un niño, supuestamente el nieto, al que
ve reflejado en dichas líneas. En otras pone “hija” viendo reflejada también a
la madre del niño, que es de lo que en realidad trata el libro en esencia. Hoy
quería la dedicatoria en éste y en el de Juanito que ha venido a buscar,
supongo que para hacerle lo mismo.
Después de ver lo de hoy, sin desmerecer lo anterior, estoy impresionado. No es fácil encontrar
algo así. Estas son las situaciones que te hacen ver que tu esfuerzo ha merecido
la pena, que lo que haces diariamente y que tratas de plasmar en unas líneas
tienen sentido y ayudan a la gente que lo necesita. Son esas cosas por las que
vale la pena seguir luchando.
Javier Lozano 9 – julio -
2017
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