Como en el
anuncio de las natillas que se emitía por televisión hace algunos años…
“repetimos”. Por enésima vez, y ya van unos cuantos cientos de ellas, ha
llegado junio con sus primeros calores y con él el ansiado fin de curso repleto
de pruebas de obstáculos para nuestros alumnos y alumnas, personillas de
distintas edades a los que tratamos de enseñar pero que al final acribillamos a
base de pruebas de obstáculos llamadas exámenes, controles, pruebas escritas,
aunque también podríamos llamarlas, en ocasiones, armas de destrucción masiva, para saber si han llenado un cerebro que, nada
más entregar el papel que les hemos puesto delante, lo comienzan a vaciar sin
ningún problema para volver a llenar de contenidos del siguiente y que seguirán
el mismo camino que los anteriores. Al final algo queda, pero más por el
trabajo realizado durante días que por ese suplicio que deben pasar.
Probablemente
el esquema podría romperse en favor de ellos, y seguramente de todos, si su
comportamiento y sus ganas de hacer mejor las cosas y de aprender fueran
mejores, pero la realidad es la que es si tenemos en cuenta sus edades. Tal vez
sea más importante que nos demos cuenta de cómo estamos haciendo las cosas en
un sistema educativo que mira más por conservar esquemas ancestrales de poder
que por convertir la escuela en algo distinto, más vivo, que sepa atraer a los
alumnos con algo más que amenazas por omitir sus funciones y deberes, y a las
familias con esos fuegos de artificio que suelen ser algunas teorías novedosas
para los que las descubren a pesar de llevar siglos en los libros de pedagogía.
Es cierto que también hay otras, las menos, que gozan de frescura y son por
tanto más aceptables. A las primeras basta con cambiarles el nombre con un
apodo que aparente modernidad. Así nos va.
Al
final, pasa el tiempo y las teorías van y vienen, como las personas en este
mundo, en esta vida, pero nuestros alumnos permanecen. El niño que hoy está
sentado delante de nosotros en un pupitre, mañana será un adulto y en ese mismo
lugar habrá otro que tal vez ni ha nacido aún, pero que sufrirá muchos años
después idénticos despropósitos educativos que ahora podrían empezar a
remediarse.
Cuando
llegan estos días de junio, angustiosos días del apocalipsis final, podemos
observar a nuestro alrededor y comprobar fácilmente lo que llamaría el político
de turno daños colaterales. Vemos alumnos cabizbajos, tristes, pensativos, algunos
que ya pasan de todo, incluso molestando a los anteriores porque se aburren, otros
agobiados por tratar de asimilar conceptos que tienen poca significatividad
para ellos pero que tienen que vomitar mañana sobre un papel para poder pasar
de curso, padres y, en muchos más casos madres, agobiados por la falta de
trabajo de su hijo en unos casos, por su dejadez en otros y por su tristeza y
abatimiento en algunos, profesores cansados de corregir y revisar papeles y
papeles tachando a diestro y siniestro…
Al
final, cuando por fin llegan para todos las ansiadas y merecidas vacaciones de
verano, nunca sabes si realmente estás contento por el agobiante calor, las
idas y venidas por carretera de unos lugares a otros, la cerveza fresca con los
amigos o es que te sientes por fin liberado de tanta presión e incongruencia
educativa. ¡Vamos! que las vacaciones nos vendrían bien en cualquier momento
porque serían igualmente vacaciones, pero el contraste de salir del túnel y ver
la luz se nota más ahora en este momento.
Javier
Lozano 5 - Junio - 2017
Cuanta verdad en tus palabras,que largo se hace este ultimo trimestre para ellos ya y por no decir a nosotras también,quien no quiere vacaciones,ansiadas y esperadas...
ResponderEliminarTodo tendria que empezar a cambiar ya, aún así creo que iríamos tarde...Ojalá a alguien le diera por pensar y preocuparse un poquito más porla educación de este pais...de nuestros niños,o el dia de mañana,quizas lo tengan que hacer ellos también...como tu ahora Javier lozano....������
Gracias Paqui. Así es, yo creo que con un poco de interés por parte de todos los implicados todo sería radicalmente distinto.
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