Su
cara, de habitual simpática, hoy ni se ve. Su enorme melena morena tapa una
eterna sonrisa que ha desaparecido, mientras que su mano derecha apoya su
inclinada cabeza que hace rato le ayuda a volar mentalmente hacia ningún lugar
al otro lado del cristal de la ventana junto a la que pasa el resto de sus
clases.
He
entrado a su aula con idea de repartir una posibilidad más de aprobar en forma
de recuperación de matemáticas. Ella ni ha levantado la cabeza. La he dejado
para el final, me he acercado a su mesa y no he conseguido, ni agachado a su
altura para tratar de animarla, saber su problema, pero su cara, en nada
parecida a la de siempre, amenazada por incipientes lágrimas a punto de
desbordarse denotaba un estado anímico bajo mínimos.
Poner
un examen ante alguien en ese momento, frente a una persona que ha extraviado
su sonrisa, sería un grave fallo, un error imperdonable. Seguramente unos días
después, cuando haya vuelto la alegría a su cara, si además viene acompañada de
algo más de estudio del habitual, pueda dar una oportunidad que no existe en
este instante. Así que he pensado que no era el momento, que éste si ha de
llegar ya llegará.
A
partir de ahí queda otra parte, la verdaderamente importante, la emocional, por
lo que he decidido, tras hacer algunas averiguaciones infructuosas entre sus
compañeras, conocer el origen de esa pérdida de sonrisa, de ese alarmante
apagón de alegría. He vuelto a acercarme tras descargarle del problema añadido
de la pretendida recuperación. Ni eso ha mitigado su pena. ¿Problemas en casa?
¿con los amigos? ¿con el profesor anterior? Nada abría las puertas de ese
pequeño corazón dolorido. Al final, un par de carantoñas y un par de miradas
han conseguido su efecto. La recuperación de la asignatura anterior había sido
un fracaso al no llegar a más allá de un tres con algo. ¿Valoraba esa
calificación su esfuerzo?
He
escrito el primer párrafo de este pequeño artículo y, mientras el resto hacía
la recuperación citada u otras cosas, la he llamado y le he pedido que se
acercara. Le he señalado el monitor y ella ha fijado su mirada todavía seria y
triste en el texto. Poco a poco la sonrisa habitual ha vuelto a iluminar su
cara como dibujada por cada palabra, por cara letra, por cada sentimiento
encontrado en sus líneas. Se ha vuelto hacia mí ladeando su cabeza ligeramente.
Sus ojos de gratitud me han alegrado el día. Creo que no me he equivocado al
darle la posibilidad de hacer esa maldita recuperación en otro momento,
ofreciéndole además mi ayuda si la necesita.
Lo
habría hecho con cualquier alumno o alumna en las mismas circunstancias, pero luego
me ha venido a la memoria una situación que ocurrió hace un mes
aproximadamente. Yo me encontraba en el horario de recreo y me tocaba vigilar
los pasillos de mi centro. Estaba como ella hoy, por circunstancias entre
personales y laborales, pero seguramente por la edad lo manifiestas de otro
modo, aunque la gente que me conoce dice que soy trasparente y que enseguida se
nota cómo me encuentro, que no sé disimular mi estado de ánimo sea cual sea.
Una manita se posó en mi hombro izquierdo. Me volví y era ella. ¿Qué te pasa?
Estás muy triste.
Javier Lozano, 27
– Abril - 2017
Que hermoso relato Francisco Javier! Gracias por compartirlo
ResponderEliminarMuchas gracias Norma. Si a estos niños no les ayudamos a recuperar su alegría... ya les tocarán momentos duros en la vida, de momento ayudémosles a ver un mundo mejor.
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