Estos
días hemos estado con exámenes y reuniones cerrando la segunda evaluación.
Empieza a pesar ya un poco el curso ante la tercera, esa eterna recta final
que, como cuando estás terminando una larga caminata, parece que nunca ves la
meta, que siempre está tras la última curva del camino. Por todo esto, igual
que el viento fresco que nos da en la cara y nos ayuda a buscar las últimas
fuerzas que nos quedan en la reserva, os contaré alguna cosilla simpática de
mis chicos que nos ayudará a todos a sonreír, algo imprescindible a estas
alturas de curso.
Hace
una semana, recordando a unos alumnos lo que dice el teorema de Pitágoras, que
también el hombre no tenía otra cosa mejor que hacer que jugar con los lados de
un triángulo rectángulo, los nombré y, si esta vez lo de catetos no consiguió
la cascada de risitas habitual, lo de la hipotenusa en cambio fue gracioso. Un
alumno, a punto de cumplir los dieciocho, al preguntar un compañero suyo si hipotenusa
era con h, que ya le vale, y aclararle que así era, dice todo convencido… “Pero ¿no era hapotenusa?”. Sin comentarios.
Unos
días antes, al comenzar una clase compruebo que faltan dos alumnos que casi
siempre llegan tarde. Mientras miro para asegurarme de que así es digo... “Faltan…
¿los tardanos?” a lo que un alumno todo convencido pregunta… “¿eso no es un
animal?” Risas, desconcierto y desconocimiento hasta que otro compañero le
aclara que el mardano es el carnero, el macho de la oveja, ese que tienen unos
cuernos enormes que parecen como enrollados en espiral. Tras desfacer el
entuerto seguimos la clase con una sonrisa.
El
mismo alumno, unos días más tarde, ante un comentario relacionado con lo que se
está hablando en clase, nos cuenta con la misma naturalidad e ingenuidad de
siempre, cómo no paró de matar murcianitos hasta que le estropeó a su abuelo
una antigua máquina de vídeo juegos que tenía guardada el hombre por casa.
Todos le miraron sorprendidos hasta que le aclaré que seguramente serían marcianitos,
ya que la gente de Murcia nunca ha aparecido, que yo sepa, para ser aniquilada
en ningún vídeo juego. Unas risas al descubrir el gracioso error (menos para
los murcianos) pusieron la nota de humor en el grupo que nos permitió seguir
mejor.
Si
enumerásemos el montón de errores y chascarrillos que surgen en nuestras aulas
cuando menos lo esperamos sería para desesperarse, aunque ya veis que algunos
de ellos ponen esa chispa, ese toque de gracia que permite seguir la clase con
algo más de ánimo por esa sonrisa que dibujan en los que la vivimos a su lado,
profesor y alumnos. Así pues, en esos momentos, daremos por buenas esas
anécdotas, que nos arrancan una simpática sonrisa, y como me contaba un alumno
hace unos años que decía su hermano, será cuestión de hacer la “lista” gorda.
Javier
Lozano – 16 – marzo - 2017
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