La vida está llena de
oportunidades de todo tipo, para lo bueno y para la malo, basta con tener los
ojos abiertos si son de las primeras para aprovecharlas y para sortearlas sin
son de las segundas, pero también hay veces que aún siendo buenas las
desaprovechamos sin ningún pudor, especialmente si lo que nos regalan no son
resultados materiales o si los posibles resultados no son tangibles a muy corto
plazo. Yo mismo lo he comprobado y seguro que tú también salvo que no hayas
estado atento.
Ya
conté en una ocasión mi cuidado al cruzar una calle por ese semáforo para
peatones en el que en muchas ocasiones te juegas la vida literalmente. Pero no
es mi vida la que trato de cuidar, sino la de ese pequeño o pequeña que de la
mano de su madre espera a que el muñequito se ponga verde, la mira y le dice
“ahora mamá”. Es una forma de educar con el ejemplo, esa herramienta tan
necesaria como descuidada en el mundo educativo y en la vida en general.
Hoy
me he dado cuenta de algo similar porque también soy de esos pocos que (casi
siempre) paran en los pasos de cebra cuando van conduciendo. Aunque muchos
deben pensar que los pintaron para que pasen esos burritos presos o con pijama
a rayas que no abundan en las ciudades, son para que algunas personas traten de
dar el salto al otro lado del asfalto sin quedarse formando parte de él.
Freno
ante una señora que lleva un carro de la compra, acompañada por una niña de
unos cinco años que va de su mano. Mira a la supuesta madre como de reojo para
asegurarse ese paso y se lanza a cruzar con la misma seguridad de esas personas
que primero meten el carrito del bebé y si nadie lo atropella pasan como dueñas
de la calzada. La niña avanza hacia el otro lado como agazapada en la seguridad
de esa mano presurosa que tira de ella. Una vez ganado el bordillo de la orilla
contraria del mar de asfalto desaparecen entre varias personas que circulan por
ella.
Hasta
ahí es una situación, no por tristemente repetida, normal, pero enseguida me he
preguntado cómo se queja la gente luego de los niños, de sus formas, de su
falta de respeto a muchas de las cosas a las que esta vida, y esta sociedad en
su nombre, les invita. Algo tan sencillo como hacerle ver a esa niña, casi como
un juego, que van a cruzar y que esas rayitas están ahí pintadas para que el
conductor las vea y pare para dejarles pasar, es una oportunidad que se
desaprovecha. En ese caso, durante el paso, la niña miraría al conductor
regalándole tal vez una leve sonrisa activando un gesto de él hacia la pequeña
que le haría ver lo correcto de su comportamiento. Es una pena que una
actuación tan elemental como sencilla se deje pasar, tal vez en nombre de las
prisas o no sé yo de qué otra excusa. Mi mirada las ha seguido más allá del
bordillo de la acera y la madre ha seguido tirando de la niña sin ni siquiera
mirarle ni decirle nada durante el tiempo que mi capacidad visual me ha
permitido observarlas mientras eran absorbidas por el resto de los viandantes.
En
unos pocos metros de asfalto ha quedado olvidada una oportunidad de educar como
tantas otras que se presentan en la calle, lejos muchas veces de la escuela
donde todo el mundo cree que debe desarrollarse el total de actos educativos.
¿Respetará esa niña de gafitas cuando sea mayor los pasos de cebra?
Javier
Lozano, 30, abril, 2016
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