Un año más hemos ido a ver la
Cabalgata de Reyes, como siempre miles de niños rebosaban ilusión. Yo me he
fijado en los ojitos de Marta, ese duendecillo que hoy más que nunca estaba
repleta de sueños. Se había portado muy bien todo el año, sólo había llorado un
poquito, pero todo eso se podía olvidar. Sus Majestades seguro que eso no lo
van a tener en cuenta. No sé qué es lo que tiene este día pero a todos los
niños les salen las cuentas. A todos les sale el balance positivo, todos han
sido buenos. El que peor se ha portado sólo ha sido regulín regulán o así, así.
El paseo estaba como siempre perfectamente iluminado y las carrozas
iban repletas además de juguetes, de luces de todos los colores, colores de
ilusión. Todas esas luces hoy sobraban ante la luz que irradiaban las luces de
la pequeña Marta, hoy he mirado más que nunca sus ojitos, ese brillo que pude
no ver nunca jamás, aunque hubo quién el año anterior ante mi forzada ausencia
se encargó de encenderlos. Unos farolitos así no podían dejar de iluminarse ni
un sólo año. La vida de la ilusión de los Reyes Magos de Oriente en la
imaginación de un niño es, aunque intensa, aunque nos gustaría que durara
eternamente, demasiado corta y no podían perderse una de las pocas ocasiones
que se presentan en la vida de uno de estos pequeñines.
Hace un ratillo, después de llenar la mesita pequeñina que han
colocado en el salón, de turrones, sidra y hasta mosto, por si hay algún Rey
más golosón, nos hemos dispuesto a cenar. Mientras cenábamos y hablábamos de la
conveniencia de comerse todo ante la inminencia de la noche, Marta ha oído al
pajarillo pinzón, ese chivato que los Reyes utilizan para poder enterarse con
celeridad de todo lo bueno y especialmente de lo malo que hacen los niños allá
donde estén. Lo ha oído varias veces y ante lo preocupante de la situación de
sentirse vigilada por tan serio e indiscreto personaje ha optado por acabarse
toda la cena, menos el yogur de bombón, limpiarse los dientes y, tras
despedirse y darnos los besitos de buenas noches, se ha ido a dormir. Si puede.
Esta noche tardará en conciliar su dulce sueñecito. El pajarillo de su
imaginación cubrirá de fantasía su pequeño e inquieto cerebro. Su ilusión
tomará montones de formas y colores que ella traducirá en vivos colores y
montones de chismes y cacharros. Espero que mañana cuando despierte todos sus
sueños se hayan hecho realidad. Que tu ilusión y tu fantasía te acompañen
durante toda tu vida. Algún día, si Dios quiere, sentirás todas las noches de
Reyes lo que yo siento todas y en especial la de este nuevo año.
Todo esto no habría sido posible sin la estrecha e inestimable, a
veces también excesiva ayuda del diablillo de tu hermana María que tanto te
quiere.
Javier 5 - Enero - 1996
Esta carta fue escrita para Marta, mi hija menor.
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