Siempre me ha perseguido una idea de esas que no puedes quitarte de la cabeza de ningún modo, ,
porque champús para higienes mentales internas de momento nada de nada. Me
refiero a la importancia de la empatía, esencial en las relaciones humanas. Me
ha venido a la memoria el viejo proverbio sioux: “Antes de juzgar a una persona, camina tres lunas con sus mocasines”
reflejando claramente que no se tiene que juzgar a nadie antes de conocerle
bien. Yo me pregunto, si para llegar a ese conocimiento no debemos, con sus
mocasines o sin ellos, ponernos en su pellejo, no dar por sentado que la
persona que tenemos delante es siempre igual, inamovible en todas sus
cualidades, ya sean buenas o malas, pues como seres humanos no dejamos de
evolucionar igual que tampoco para el tiempo que nos acompaña con su tic, tac.
Aunque me parecen muy importantes las relaciones con los compañeros, porque de nuestras buenas maneras, nuestro entendimiento y a veces de una palmadita o una sonrisa puede depender, además de nuestra profesionalidad, la forma de trabajo que desarrollemos en el aula, las relaciones con los alumnos y entre ellos mismos me preocupan mucho más todavía, seguramente porque es ahí sobre el terreno donde juega la partida decisiva.
Una vez más pienso en el ejemplo como elemento educador de un tremendo potencial. Nuestra forma de actuar en clase, de dirigirnos a cada alumno en particular, o al grupo en general, es una forma de educar. Si además se trata de reconducir una conducta equivocada o disruptiva es mucho mejor de forma tranquila y ecuánime en vez de reprender o reprimir con gritos o malos modos, o de echar de clase, como en la historia más negra de nuestra historia escolar, situación que parece no estar resulta a día de hoy cuando tanto se habla de emociones. Desentona tanto como si cuando aparecieron los primeros coches, nos hubiésemos paseado con cualquiera de los que circulan actualmente.
Otra suerte de empatía que me preocupa, más hoy en día con todo lo que oímos en los medios sobre acoso escolar, es la que debería poseer cada uno de nuestros alumnos y alumnas con sus iguales, con esa niña que tiene un problema o el compañero que no va bien en clase e incluso con el que tal vez es demasiado trabajador para lo que están acostumbrados, por desgracia, en los últimos años. Comprender que la persona que está a nuestro lado nos puede necesitar es la clave de una buena relación, el camino a un mundo mucho más feliz. Todo esto no es algo que brote espontáneamente, como algunas hierbas por el campo, sino que requiere una actitud y una cualidad que da calidad a las personas, a sus relaciones y, para que nuestro alumnado y cuantas personas nos rodean la tengan cada vez más desarrollada, cada uno de nosotros debemos practicarla casi como lo hacemos con nuestra respiración. Si la empatía no existe, nuestra labor educadora deja de tener sentido.
Así que desde este momento trata de ponerte en la piel de quien tienes al lado y a lo mejor desde sus ojos ves la vida de otro modo, sientes como esa persona y compruebas sus necesidades tanto materiales como afectivas. Si hablamos de nuestros jóvenes, igual padres y docentes tenemos mucho trabajo por hacer. ¡Venga! Empecemos ya.
Javier Lozano, 15 - enero - 2017
Aunque me parecen muy importantes las relaciones con los compañeros, porque de nuestras buenas maneras, nuestro entendimiento y a veces de una palmadita o una sonrisa puede depender, además de nuestra profesionalidad, la forma de trabajo que desarrollemos en el aula, las relaciones con los alumnos y entre ellos mismos me preocupan mucho más todavía, seguramente porque es ahí sobre el terreno donde juega la partida decisiva.
Una vez más pienso en el ejemplo como elemento educador de un tremendo potencial. Nuestra forma de actuar en clase, de dirigirnos a cada alumno en particular, o al grupo en general, es una forma de educar. Si además se trata de reconducir una conducta equivocada o disruptiva es mucho mejor de forma tranquila y ecuánime en vez de reprender o reprimir con gritos o malos modos, o de echar de clase, como en la historia más negra de nuestra historia escolar, situación que parece no estar resulta a día de hoy cuando tanto se habla de emociones. Desentona tanto como si cuando aparecieron los primeros coches, nos hubiésemos paseado con cualquiera de los que circulan actualmente.
Otra suerte de empatía que me preocupa, más hoy en día con todo lo que oímos en los medios sobre acoso escolar, es la que debería poseer cada uno de nuestros alumnos y alumnas con sus iguales, con esa niña que tiene un problema o el compañero que no va bien en clase e incluso con el que tal vez es demasiado trabajador para lo que están acostumbrados, por desgracia, en los últimos años. Comprender que la persona que está a nuestro lado nos puede necesitar es la clave de una buena relación, el camino a un mundo mucho más feliz. Todo esto no es algo que brote espontáneamente, como algunas hierbas por el campo, sino que requiere una actitud y una cualidad que da calidad a las personas, a sus relaciones y, para que nuestro alumnado y cuantas personas nos rodean la tengan cada vez más desarrollada, cada uno de nosotros debemos practicarla casi como lo hacemos con nuestra respiración. Si la empatía no existe, nuestra labor educadora deja de tener sentido.
Así que desde este momento trata de ponerte en la piel de quien tienes al lado y a lo mejor desde sus ojos ves la vida de otro modo, sientes como esa persona y compruebas sus necesidades tanto materiales como afectivas. Si hablamos de nuestros jóvenes, igual padres y docentes tenemos mucho trabajo por hacer. ¡Venga! Empecemos ya.
Javier Lozano, 15 - enero - 2017
Como siempre. ...totalmente de acuerdo!!!!
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