En los últimos
años he conocido muchos auditorios y en ellos diversos tipos de oyentes,
siempre distintos de los que tengo a diario en el aula, donde la diversidad que
las puebla hace que puedas encontrarte desde cursos de alumnado expectante y
trabajador, hasta otros en el extremo opuesto “tajo chungos co” como dicen este año mis chicos de la FPB
(Formación Profesional Básica). De todos
modos siempre se dan casos aislados de desconexión que entre adultos no ocurren,
salvo en contadas ocasiones cuando un par de personas no para de hablar y te
preguntas que si es voluntario para qué habrán venido, pero aparte de la
molestia que supone, sigues a lo tuyo.
Lo
de ayer en el pueblo fue algo espectacular. Nunca jamás había tenido un
auditorio así. Llevaba días preocupado porque el respeto que me merece quien
acude a escucharme siempre, me obliga a preparar todo escrupulosamente en
función del perfil de los asistentes. Unas veces son padres, otras profesores,
orientadores o diversos profesionales, pero ayer no, ayer el tipo de personas
eran distinto, muy distinto, desde jóvenes hasta gente muy mayor, la mayoría
gente del campo, amas de casa y algunos que estaban de vacaciones aún, incluso
amigos suyos venidos de otros pueblos cercanos. Solo tenían un denominador
común, el cariño hacía mí al conocerme desde que de crío, con pantalón corto correteaba
por calles y cuestas o pescaba a mano pececillos y renacuajos en el río
Manubles.
Aparte
de parar varias veces porque la gente venía en pequeñas oleadas de casa, de
misa y de otros lugares, del lío montado cada vez que había que ir a buscar más
sillas porque ya no se sabía de dónde sacar más, de todo eso que dio un sabor
especial, por conseguir un lleno impensable, lo demás transcurrió con decenas
de personas de caras expectantes, con ganas de aprender y de saber de aquello
que les hablaba.
Decidí
enseñarles cuatro cosas elementales para que supieran quiénes son esos
diablillos que a mí se me mueven en las clases y que seguramente ellos ven
corretear por la plaza del pueblo, el pabellón o las piscinas, esos bichillos
que suelen molestar hasta en el rincón más escondido del pueblo, a esos que no
se enteran de la hora que es para volver a casa o que pasan a su lado sin verles.
Ayer oyeron, como titulé mi exposición, que el TDAH es algo más que cuatro
letras. Es comprensión, apoyo, paciencia, es muchas cosas más, pero sobre todo
un niño que sufre en muchos casos el desconocimiento de los demás en forma de
gritos, castigos y otras zarandajas por el estilo, y también es una familia que
soporta, generalmente en la persona de la madre, más de lo que debiera por su
hijo, al ver cómo la sociedad, y en su nombre la escuela o la calle, miran para
otro lado en demasiadas ocasiones.
Creo
que ayer se cumplieron varios objetivos, tanto a nivel personal como de la
organización del acto, pero especialmente uno que me parece el más importante,
el que desde mi intervención la palabra TDAH ya no sea una desconocida entre
las gentes del pueblo, que haya otro rinconcito del mapa donde empiece a
conocerse el problema de estos niños y sus familias, pero sobre todo que
también allí en Moros, un pequeño
pueblecico de la provincia de Zaragoza, dentro de la comarca de Calatayud,
a los niños con este trastorno se les empiece a mirar ya de otro modo. Seguimos
avanzando despacito pero con paso firme.
Javier
Lozano 7 - diciembre - 2016
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