miércoles, 7 de diciembre de 2016

Un paso más


En los últimos años he conocido muchos auditorios y en ellos diversos tipos de oyentes, siempre distintos de los que tengo a diario en el aula, donde la diversidad que las puebla hace que puedas encontrarte desde cursos de alumnado expectante y trabajador, hasta otros en el extremo opuesto “tajo chungos co” como dicen este año mis chicos de la FPB (Formación Profesional  Básica). De todos modos siempre se dan casos aislados de desconexión que entre adultos no ocurren, salvo en contadas ocasiones cuando un par de personas no para de hablar y te preguntas que si es voluntario para qué habrán venido, pero aparte de la molestia que supone, sigues a lo tuyo.

Lo de ayer en el pueblo fue algo espectacular. Nunca jamás había tenido un auditorio así. Llevaba días preocupado porque el respeto que me merece quien acude a escucharme siempre, me obliga a preparar todo escrupulosamente en función del perfil de los asistentes. Unas veces son padres, otras profesores, orientadores o diversos profesionales, pero ayer no, ayer el tipo de personas eran distinto, muy distinto, desde jóvenes hasta gente muy mayor, la mayoría gente del campo, amas de casa y algunos que estaban de vacaciones aún, incluso amigos suyos venidos de otros pueblos cercanos. Solo tenían un denominador común, el cariño hacía mí al conocerme desde que de crío, con pantalón corto correteaba por calles y cuestas o pescaba a mano pececillos y renacuajos en el río Manubles.

Aparte de parar varias veces porque la gente venía en pequeñas oleadas de casa, de misa y de otros lugares, del lío montado cada vez que había que ir a buscar más sillas porque ya no se sabía de dónde sacar más, de todo eso que dio un sabor especial, por conseguir un lleno impensable, lo demás transcurrió con decenas de personas de caras expectantes, con ganas de aprender y de saber de aquello que les hablaba.

Decidí enseñarles cuatro cosas elementales para que supieran quiénes son esos diablillos que a mí se me mueven en las clases y que seguramente ellos ven corretear por la plaza del pueblo, el pabellón o las piscinas, esos bichillos que suelen molestar hasta en el rincón más escondido del pueblo, a esos que no se enteran de la hora que es para volver a casa o que pasan a su lado sin verles. Ayer oyeron, como titulé mi exposición, que el TDAH es algo más que cuatro letras. Es comprensión, apoyo, paciencia, es muchas cosas más, pero sobre todo un niño que sufre en muchos casos el desconocimiento de los demás en forma de gritos, castigos y otras zarandajas por el estilo, y también es una familia que soporta, generalmente en la persona de la madre, más de lo que debiera por su hijo, al ver cómo la sociedad, y en su nombre la escuela o la calle, miran para otro lado en demasiadas ocasiones.

Creo que ayer se cumplieron varios objetivos, tanto a nivel personal como de la organización del acto, pero especialmente uno que me parece el más importante, el que desde mi intervención la palabra TDAH ya no sea una desconocida entre las gentes del pueblo, que haya otro rinconcito del mapa donde empiece a conocerse el problema de estos niños y sus familias, pero sobre todo que también allí en Moros, un pequeño  pueblecico de la provincia de Zaragoza, dentro de la comarca de Calatayud, a los niños con este trastorno se les empiece a mirar ya de otro modo. Seguimos avanzando despacito pero con paso firme.

Javier Lozano 7 - diciembre - 2016

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