jueves, 15 de diciembre de 2016

¿De qué nos quejamos?

¿Te has dado cuenta hasta qué punto nuestra imagen, nuestros gestos y todo aquello que hacemos es repetido por los pequeños y pequeñas que tenemos a nuestro lado? A veces, muchas más de lo que creemos, hasta por esos adolecentes que nos muestran su cara rebelde, irascible e independiente.

Hace unos días, por la calle, mientras yo esperaba, pude observar en cuestión de segundos dos escenas que me hicieron pensar, reflexionar y casi hasta ponerme los pelos de punta, según la profundidad con que se analice lo que pude ver ante mí en tan poco periodo de tiempo.

Por la otra acera, mientras yo cruzaba la calle, pasaban tres mujeres y un niño de no más de cuatro o cinco años que caminaba medio paso por delante de ellas. Me llamó la atención que el pequeño era el centro de atención de las tres, de unas miradas que se me antojaron algo inquisitoriales. El crío caminaba despacio y algo cabizbajo. Al centrarme más en la escena pude discernir que una de ellas, la que llevaba un cigarro en la comisura de los labios, cuyo humo le obligaba a cerrar algo su ojo izquierdo, se estaba dirigiendo a él en una actitud poco amistosa y yo diría que de modo hiriente hacia un niño que aguantaba un temporal afectivo, seguramente no por primera vez.

Agudicé el oído a ver si podía enterarme qué pasaba y no conseguí más que una secuencia repetida varias veces que fue la que hizo que hoy os esté hablando de ello, el reproche de algo que ya que había debido ocurrir antes de llegar a mi altura. Solo escuché que le decía repetidas veces al niño, al menos en cuatro o cinco ocasiones “muy mal, claro, muy mal, muy mal”. Sólo le faltaba apuntarle al apocado crío con un dedo.

Poco rato después, como si fuera el día de los horrores, pasaron por delante de donde yo me encontraba una madre y su hijo. La escena habría sido de lo más normal, habitual e incluso tierna, de no ser porque el niño, que apenas tendría unos catorce años iba tan chulo y tan fresco llevando en la boca un cigarro que al echar humo contrastaba con el vaho que emitía su madre debido al frío que hacía en la calle. No sé, pero ni me pareció la imagen más normal, ni la más edificante hacia el niño ni a los demás chavales que lo pudieran ir viendo mientras caminaba por la calle.

Y luego… nos quejamos.
                                                           Javier Lozano  15 - diciembre - 2016

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