¿Te
has dado cuenta hasta qué punto nuestra imagen, nuestros gestos y todo aquello
que hacemos es repetido por los pequeños y pequeñas que tenemos a nuestro lado?
A veces, muchas más de lo que creemos, hasta por esos adolecentes que nos
muestran su cara rebelde, irascible e independiente.
Hace
unos días, por la calle, mientras yo esperaba, pude observar en cuestión de
segundos dos escenas que me hicieron pensar, reflexionar y casi hasta ponerme
los pelos de punta, según la profundidad con que se analice lo que pude ver
ante mí en tan poco periodo de tiempo.
Por
la otra acera, mientras yo cruzaba la calle, pasaban tres mujeres y un niño de
no más de cuatro o cinco años que caminaba medio paso por delante de ellas. Me
llamó la atención que el pequeño era el centro de atención de las tres, de unas
miradas que se me antojaron algo inquisitoriales. El crío caminaba despacio y
algo cabizbajo. Al centrarme más en la escena pude discernir que una de ellas, la
que llevaba un cigarro en la comisura de los labios, cuyo humo le obligaba a
cerrar algo su ojo izquierdo, se estaba dirigiendo a él en una actitud poco
amistosa y yo diría que de modo hiriente hacia un niño que aguantaba un
temporal afectivo, seguramente no por primera vez.
Agudicé
el oído a ver si podía enterarme qué pasaba y no conseguí
más que una secuencia repetida varias veces que fue la que hizo que hoy os esté
hablando de ello, el reproche de algo que ya que había debido ocurrir antes de
llegar a mi altura. Solo escuché que le decía repetidas veces al niño, al menos
en cuatro o cinco ocasiones “muy mal, claro, muy mal, muy mal”. Sólo le faltaba
apuntarle al apocado crío con un dedo.
Poco
rato después, como si fuera el día de los horrores, pasaron por delante de
donde yo me encontraba una madre y su hijo. La escena habría sido de lo más
normal, habitual e incluso tierna, de no ser porque el niño, que apenas tendría
unos catorce años iba tan chulo y tan fresco llevando en la boca un cigarro que
al echar humo contrastaba con el vaho que emitía su madre debido al frío que
hacía en la calle. No sé, pero ni me pareció la imagen más normal, ni la más
edificante hacia el niño ni a los demás chavales que lo pudieran ir viendo
mientras caminaba por la calle.
Y
luego… nos quejamos.
Javier
Lozano 15 - diciembre - 2016
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