Otra vez
llegamos a las fechas en las que como digo siempre, hace un año sin ir más
lejos, la gente comienza, así de repente, sí, sí, sin más, a ser buena, sin
proponérselo. Debe ser que algún duende celestial espolvorea desde arriba, vaya
a saber usted qué polvillo mágico, seguramente brillante y centelleante, que
hace que la bondad comience a brotar de repente en los corazones como las
briznas de hierba en cualquier pradera tras caer una buena tormenta. ¡Vamos! lo
que viene siendo desde tiempos inmemoriales, por arte de birlibirloque.
En
estos días se habla de comidas y cenas como si fuera a caer el telón que ponga
fin a este teatro que es la vida en tantas ocasiones y nos tuviera que pillar
con la barriga bien llena por aquello del viaje eterno, que viajar sin nada en
el cuerpo... Muchas de ellas deseadas por reencuentros con personas queridas
que de no ser por las lucecitas, Papá Noel o los Reyes Magos igual nunca
veríamos, pero otras, la inmensa mayoría, impuestas por la fuerza de la
costumbre. Son esas en las que trata de hablar de temas insustanciales que no
remuevan vísceras evitando en lo posible terminar diciendo lo que en realidad
nos gustaría decir y no nos atrevemos porque, de lo contrario, la cosa acabaría
mal. Al final suele decirse y así concluye todo por mucho que el alcohol lo
amortigüe, ya que en nuestra memoria en ese momento bamboleante quedar, algo
queda, que no os quepa duda.
También
existen las cenas preconcebidas. Sí, preconcebidas, no precocinadas, aunque igualmente
las ideas se van cociendo a fuego lento durante mucho tiempo y así va luego
todo. Tal vez haya gente que crea una vez más que es preferible no decir lo que
se siente a ceder en lo que igual es una idea equivocada, pero la hipocresía suele
ser moneda de cambio en esta sociedad de postureo que nos está tocando vivir. Yo,
viendo todo esto a mi alrededor, trataré de vivir en lo posible el calor de
quien quiera estar a mi lado, aunque siempre faltará alguien, de
quien aprecie mi compañía, como yo la suya, y no le daré más vueltas.
Haciendo
recuento, mientras llega el momento de ponerme a la mesa, de todo lo que ha
pasado en este año, y pensando que seguro que es mejorable, pienso en lo
importante que ha sido llegar hasta hoy. He ganado amigos y he aprendido muchas
cosas nuevas, la publicación de mi nuevo libro y la gestación del siguiente que
ya va en camino, pero recuerdo la maleta
de ilusiones con la que comencé y me duele ver que más que maleta debía ser saco,
porque por algún agujero se han ido cayendo muchas cosas que me han restado
alegría y fuerzas, ideales truncados, otros en periodo de desintegración y
sobre todo, lo más doloroso, personas que te defraudan porque crees en ellas,
que te restan ilusión y energía, porque amparadas en la mugre que da la masa
destrozan tus anhelos y mellan tus sueños.
Hoy,
como siempre, tenemos unos días para reflexionar y reponernos en lo posible de
este año que agoniza, para seguir nuestro camino vital apoyándonos en la gente
que a nuestro alrededor nos ayuda a crecer. Así que a remendar las heridas y
una vez de pie, con paso seguro a seguir hacia adelante. Mucha gente sigue
esperando bastante de nosotros.
Un
año más la misma canción. Por repetirlo que no quede.
Javier Lozano
21 – diciembre - 2016
Tan humano, cómo no ser un poco Javier también cuando lees estas reflexiones...! Ternura, tristezas seguramente también ganas de empezar...porque el duendecito ese nos dice:siempre podemos hacerlo un poquito mejor...y ahi vamos! miramos al cielo y seguimos haciendo caminos...! Felices Fiestas, Javier, que sepas que eres una de las personas que me ha encantado conocer este año!
ResponderEliminarMe dejas sin palabras. Muchas gracias por tu comentario, especialmente por lo que dices al final. Me siento orgulloso de haber conseguido algo tan importante. Para mí también fue este año algo realmente maravilloso ese viaje a Valencia y conocer a gente como tú.
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