viernes, 18 de noviembre de 2016

Cuestión de límites

Todavía recuerdo mis años escolares, lúgubres por los tristes pasillos vacíos por los que solo  se veía pasar muy de vez en cuando algún que otro ser con sotana, duros, por las bofetadas que  estaban a la orden del día ante cualquier palabra al compañero o mirada a un lugar del aula prohibido, absurdos, por estar permitido solo lo que las estrictas normas de la época consentían en una estrechez de miras propias de una educación rancia y caduca ya en aquel momento, donde los valores que hoy se tratan de fomentar eran muchos de ellos incluso mal vistos. Aquellos años escolares de tirón de orejas, bofetada con la mano abierta sobre la cara del alumno o el castigo de rodillas o cara a la pared ya pasaron a la oscura historia de una educación que nunca debió permitirse ir por tan oscuros derroteros.

Hoy vivimos otra historia educativa totalmente distinta, donde la educación propiamente dicha nada tiene que ver con aquella que a mí me tocó sufrir llena de miedos y angustias, en la que muchos de los adultos de hoy nos formábamos bajo el miedo. Yo siempre digo a mis alumnos que quiero ser para ellos el profesor que o nunca tuve, y eso que recuerdo un par de los que dejan huella, no cicatrices y de los que guardo un agradable recuerdo.

Lo que ayer eran prohibiciones, hoy son excesos, lo que antes frenaban duros golpes y humillaciones, hoy no lo pueden frenar las palabras. Antes una mala postura en el pupitre se arreglaba con un grito o un castigo, hoy se intenta con una explicación sobre el daño que produce en la columna, pero eso parece no servir porque el miedo que salió del aula no dejó entrar a la razón y se busca una vez más pasar al momento siguiente sin más, olvidando los consejos, obviando las más elementales norma de convivencia.

El silencio, que antes se imponía por la presión que imprime la obligación, hoy ha desaparecido. Seguramente una desaparición propiciada por la falta de lo que llamamos límites, algo difícil de establecer puesto que en la escuela son difíciles de imponer desde la razón en muchos casos, demasiados, cuando en la familia no existen o la permisividad roza la sobreprotección que hoy se traduce en problemas escolares y enfados, traduciéndose a corto plazo en problemas familiares, especialmente en la adolescencia, para pasar a otros mucho más graves años después, además de otros externos tanto académicos y laborales como legales.

Hoy los chicos, como muchos otros días, entran al aula hablando de sus cosas. Hasta ahí bien, pero una vez dentro no son capaces de distinguir que el espacio que ocupan es un lugar de estudio, tal vez no vieran en la tele el capítulo de Barrio Sésamo que enseñaba lo de dentro y fuera. Les explicas que hay que empezar y esa advertencia, educadamente hecha, no tiene ni el más mínimo efecto, cuando en los tiempos pretéritos referidos antes bastaba una mirada, amenazante pero mirada al fin y al cabo.

¿Qué hemos perdido en estos años? No se ha producido, como habría sido deseable, una transición en la que además de conservar el respeto hacia los demás, no se perdiera la sonrisa y la alegría con la que los jóvenes entran a clase contándose sus cosas. Cuestión de límites, pero ¿quién marca esa línea que debería haber dejado bien clara esa transición? Una vez más, en vez de echar la culpa a ese ente llamado sociedad, pensemos que ahí estamos todos y que debemos, como siempre deberíamos haber hecho, trabajar conjuntamente para que estas situaciones cada día vayan encauzándose.

Recordemos que poner límites es educar desde el nacimiento, desde el primer suspiro de la existencia, a veces incluso antes de nacer, para que luego, aprendiendo a valorar lo que es y lo que tiene delante sea capaz de sonreír y ser feliz ayudando a conseguir que los demás también lo sean. Solo consiguiendo una visión global de su felicidad y de cómo conseguirla bajo el respeto a cuantos conviven con él, lograremos que su día a día valga la pena y forme parte de ese mundo feliz que todos añoramos.

Javier Lozano, 18 - noviembre - 2016


No hay comentarios:

Publicar un comentario