jueves, 22 de septiembre de 2016

Podemos ser la clave

Esta mañana una alumna de segundo de secundaria pasaba a toda velocidad hojas del libro de matemáticas antes sus narices literalmente. Aunque suponía por qué lo hacía, le he preguntado y, evidentemente, me ha contestado que olía muy bien. Ese olor a libro nuevo que siempre nos ha sorprendido a todos, equiparable al que percibimos los profesores cuando entramos a un aula, un olor a mina recién sacada del lápiz y que forma parte del hábitat en que nos desenvolvemos día a día.

Ya han quedado atrás los primeros días de curso y ese tipo de percepciones y sensaciones en unos y otros son distintas. Alumnos que vienen ya sin ganas de trabajar desde el minuto cero, otros expectantes y algunos que te persiguen para preguntarte algunas cosas que no tiene que ver ni con la asignatura, que debería contestar algún investigador o ratón de laboratorio, y que tú tratas de atajar como puedes, cuando no te vas por los cerros de Úbeda.

Mientras vamos avanzando en contenidos, adecuándolos al grupo en cuestión, al alumno en particular, compruebas actitudes típicas de la adolescencia, ese hacerse un hueco los chicos en el grupo hablando a base de palabrotas al dirigirse a los demás, empujando o de mil maneras que ellos mismos saben no correctas, o las chicas tejiendo esa red de sonrisas entre ellas que solo su edad y los chicos que las observan pueden entender. El tiempo pasa y es un juez inexorable, pero ¿cómo hacerles ver que tienen que esforzarse por ellos mismos?

Hoy me ha saludado un antiguo alumno en la entrada de la escuela del que fui tutor ya hace bastantes años. Ante mi sorpresa al verle de nuevo y tan enorme, me ha alegrado saber que ha vuelto a cursar un Ciclo Superior. Me decía lo que otros muchos... “si pudiera volver atrás para recuperar lo que no hice en secundaria” ¡Cuánto me arrepiento! Me ha gustado mucho más que otro que vi nada más llegar a esta escuela hace ya casi tres décadas y que al igual que el de esta mañana, también lo aprovecho para contarlo a mis alumnos. Recuerdo aquel mes frío de invierno. Era la antigua formación profesional y el alumno estaba en un grupo de electricidad. No hacía más que dar mal, eso lo hacía de maravilla y todo el mundo le reía las gracias. Un día desapareció y me dijeron que se había dado de  baja. Pensé que ya lo vería y sentí algo de pena.

A los pocos días, una cruda mañana de aquel invierno gris, nada más salir de casa con mi coche, al parar en un semáforo, alguien que picaba en una zanja de una obra en la acera levantó la vista y me miró fijamente. Le saludé y una mueca suya a modo de saludo me dijo todo lo que en ese momento pasaba por su cabeza. Era él. Nunca olvidaré aquellos ojos, aquella mirada. Si le abro la puerta se viene conmigo a clase. Hoy todavía me duele su tristeza, aquella pena fruto de su error a esa edad.

El curso no ha hecho más que empezar, no olvidemos que en nuestras palabras, nuestros gestos y nuestro ejemplo pueden estar el origen de su derrota, pero también el principio de un éxito que les lleve a ser felices. Sé paciente, ellos no saben serlo en muchas ocasiones. Se cercano y cariñoso, ellos te devolverán con creces ese cariño, hoy y siempre.


                                               Javier Lozano 22 - septiembre - 2016

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