Esta
mañana una alumna de segundo de secundaria pasaba a toda velocidad hojas del
libro de matemáticas antes sus narices literalmente. Aunque suponía por qué lo
hacía, le he preguntado y, evidentemente, me ha contestado que olía muy bien.
Ese olor a libro nuevo que siempre nos ha sorprendido a todos, equiparable al
que percibimos los profesores cuando entramos a un aula, un olor a mina recién
sacada del lápiz y que forma parte del hábitat en que nos desenvolvemos día a
día.
Ya
han quedado atrás los primeros días de curso y ese tipo de percepciones y
sensaciones en unos y otros son distintas. Alumnos que vienen ya sin ganas de
trabajar desde el minuto cero, otros expectantes y algunos que te persiguen
para preguntarte algunas cosas que no tiene que ver ni con la asignatura, que
debería contestar algún investigador o ratón de laboratorio, y que tú tratas de
atajar como puedes, cuando no te vas por los cerros de Úbeda.
Mientras vamos avanzando en contenidos, adecuándolos al grupo en cuestión, al alumno en particular, compruebas
actitudes típicas de la adolescencia, ese hacerse un hueco los chicos en el
grupo hablando a base de palabrotas al dirigirse a los demás, empujando o de
mil maneras que ellos mismos saben no correctas, o las chicas tejiendo esa red
de sonrisas entre ellas que solo su edad y los chicos que las observan pueden
entender. El tiempo pasa y es un juez inexorable, pero ¿cómo hacerles ver que
tienen que esforzarse por ellos mismos?
Hoy me ha saludado un antiguo alumno en la entrada de la escuela del
que fui tutor ya hace bastantes años. Ante mi sorpresa
al verle de nuevo y tan enorme, me ha alegrado saber que ha vuelto a cursar un
Ciclo Superior. Me decía lo que otros muchos... “si pudiera volver atrás para
recuperar lo que no hice en secundaria” ¡Cuánto me arrepiento! Me ha gustado
mucho más que otro que vi nada más llegar a esta escuela hace ya casi tres décadas y que al igual que el
de esta mañana, también lo aprovecho para contarlo a mis alumnos. Recuerdo
aquel mes frío de invierno. Era la antigua formación profesional y el alumno
estaba en un grupo de electricidad. No hacía más que dar mal, eso lo hacía de
maravilla y todo el mundo le reía las gracias. Un día desapareció y me dijeron
que se había dado de baja. Pensé que ya
lo vería y sentí algo de pena.
A
los pocos días, una cruda mañana de aquel invierno gris, nada más salir de casa
con mi coche, al parar en un semáforo, alguien que picaba en una zanja de una
obra en la acera levantó la vista y me miró fijamente. Le saludé y una mueca
suya a modo de saludo me dijo todo lo que en ese momento pasaba por su cabeza. Era
él. Nunca olvidaré aquellos ojos, aquella mirada. Si le abro la puerta se viene
conmigo a clase. Hoy todavía me duele su tristeza, aquella pena fruto de su
error a esa edad.
El
curso no ha hecho más que empezar, no olvidemos que en nuestras palabras, nuestros
gestos y nuestro ejemplo pueden estar el origen de su derrota, pero también el
principio de un éxito que les lleve a ser felices. Sé paciente, ellos no saben
serlo en muchas ocasiones. Se cercano y cariñoso, ellos te devolverán con
creces ese cariño, hoy y siempre.
Javier
Lozano 22 - septiembre - 2016
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