domingo, 19 de junio de 2016

La historia interminable

Una vez más la misma historia de siempre, y ya van unas cuantas. La corriente del final de curso se nos lleva a todos por delante un año más. Profesores agobiados por correcciones sin fin y reuniones maratonianas, muchas de ellas inútiles. Alumnos apagados y preocupados por tener que enfrentarse a multitud de exámenes siendo fieles a ese sistema educativo que tenemos, al que ya he llamado muchas veces vomitivo por aquello de que en estos días los chicos y chicas que asisten a nuestras aulas, se ven obligados a vomitar sobre un papel unos conocimientos que han pasados por sus cerebros, en algunos casos algunas horas, en otros apenas unos segundos. Madres y padres preocupados por la tristeza de unos jóvenes a los que ven nerviosos y apesadumbrados, vislumbrando unas vacaciones que nunca llegan.

Lo más sencillo sería echar la culpa una vez más a la sociedad, ese ente que sin nombre ni apellidos absorbe como una esponja todas las culpabilidades, propias y ajenas, descargando a cada cual de sus peores sentimientos de culpabilidad. Pero igual es mejor y más razonable asumir cada uno nuestras responsabilidades. Llega la hora de evaluar a todos desde la cordura y la responsabilidad, desde el reconocimiento de nuestras carencias y errores, apoyándonos en nuestros aciertos y cualidades con el  único fin de mejorar en la próxima ocasión.

En estos días a los profesores nos llega a bloquear mentalmente una situación complicada de gestionar. En pocos días debes corregir exámenes y recuperaciones que, salvo alguna de esas respuestas incoherentes que abundan y hacen sonreír, agotan y deprimen. Alumnos a los que animar aunque veas que apuestas por la utopía más absoluta, otros cuyo único fin es divertirse pasando de todo ignorando el concepto de compañerismo, mientras otros luchan en esta selva del conocimiento por superar esas pruebas que nos pone en el camino el sistema educativo. La dificultad de apoyar a unos, controlar a otros y ayudar al que lo necesita se convierte en un arduo trabajo. Sí, sé lo que estás pensando. También, como en todos los colectivos, existen aquellos profesores que miran y contemplan la situación sin inmutarse dejando que pase el tiempo.

Los alumnos llegan a estas fechas con situaciones muy diversas, desde el alumno que ha ido trabajando casi día a día -pocos lo hemos sabido hacer en nuestra adolescencia apurando la fecha anterior al examen-, hasta el que pasa de todo porque no le gusta lo más mínimo estudiar, no encuentra en casa el aliciente que necesita e incluso porque no sabemos motivarles ni lo más mínimo. Entre estos dos extremos encontramos a una inmensa mayoría que necesita de nuestra ayuda y a los que estos días más que nunca debemos prestársela porque debido a la vorágine que se produce con esta cascada de acontecimientos, se hunden más que en el resto del curso. Bien en cierto que si unos y otros supieran dosificar esfuerzos y ganas las cosas cambiarían, pero antes padres y profesores deberíamos enseñarles, y me temo que en eso fallamos ambas partes, tal vez más unos que otros o al revés, no sé yo.

No debemos olvidar a las madres y padres que desde la distancia que da la invisibilidad del aula para ellos, deben creer en sus hijos y en sus profesores. Los segundos en más casos de los deseables dejan mucho que desear y los primeros, como ya decía presentan una variedad inmensa. Tal vez por eso muchos padres tienen que superar un estado de zozobra en estos últimos días que fluctúan entre la esperanza y la desesperación. A mí personalmente siempre me habría gustado contar con la presencia de un par de padres en mi aula que dieran fe al resto de padres de actitudes que ni se imaginan y que distan mucho del alumno atento y trabajando concienzudamente o escuchando sin pestañear una explicación importante.

La única forma de que todo el trabajo de unos y otros llegue a un final lo más feliz y justo posible pasa por la unión de todos, con unos profesores entregados y unos padres conscientes de los hijos que tienen en cada caso, para que así podamos ayudarnos por el bien de ellos. El error y enorme en muchos casos es pensar que estamos en bandos distintos, como le ocurre también al alumno con el profesor. Todos trabajamos por el alumno o alumna que tenemos delante. Mientras no seamos conscientes todo de esta premisa ya podemos innovar, hacer uso de las más novedosas tecnologías y de miles de idiomas o de lo que queramos. Todo esto es muy necesario en la escuela de hoy, pero para que funcione a la perfección debemos utilizar un lenguaje común que es el emocional, muy en boca de todos hoy en día, pero escasamente llevado a la práctica en la realidad de muchas de nuestras aulas.

                                        Javier Lozano, 19 – Junio - 2016

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