Una
vez más la misma historia de siempre, y ya van unas cuantas. La corriente del
final de curso se nos lleva a todos por delante un año más. Profesores
agobiados por correcciones sin fin y reuniones maratonianas, muchas de ellas
inútiles. Alumnos apagados y preocupados por tener que enfrentarse a multitud
de exámenes siendo fieles a ese sistema educativo que tenemos, al que ya he
llamado muchas veces vomitivo por aquello de que en estos días los chicos y
chicas que asisten a nuestras aulas, se ven obligados a vomitar sobre un papel
unos conocimientos que han pasados por sus cerebros, en algunos casos algunas
horas, en otros apenas unos segundos. Madres y padres preocupados por la
tristeza de unos jóvenes a los que ven nerviosos y apesadumbrados, vislumbrando
unas vacaciones que nunca llegan.
Lo
más sencillo sería echar la culpa una vez más a la sociedad, ese ente que sin
nombre ni apellidos absorbe como una esponja todas las culpabilidades, propias
y ajenas, descargando a cada cual de sus peores sentimientos de culpabilidad.
Pero igual es mejor y más razonable asumir cada uno nuestras responsabilidades.
Llega la hora de evaluar a todos desde la cordura y la responsabilidad, desde
el reconocimiento de nuestras carencias y errores, apoyándonos en nuestros
aciertos y cualidades con el único fin
de mejorar en la próxima ocasión.
En
estos días a los profesores nos llega a bloquear mentalmente una situación
complicada de gestionar. En pocos días debes corregir exámenes y recuperaciones
que, salvo alguna de esas respuestas incoherentes que abundan y hacen sonreír,
agotan y deprimen. Alumnos a los que animar aunque veas que apuestas por la
utopía más absoluta, otros cuyo único fin es divertirse pasando de todo
ignorando el concepto de compañerismo, mientras otros luchan en esta selva del
conocimiento por superar esas pruebas que nos pone en el camino el sistema
educativo. La dificultad de apoyar a unos, controlar a otros y ayudar al que lo
necesita se convierte en un arduo trabajo. Sí, sé lo que estás pensando.
También, como en todos los colectivos, existen aquellos profesores que miran y contemplan
la situación sin inmutarse dejando que pase el tiempo.
Los
alumnos llegan a estas fechas con situaciones muy diversas, desde el alumno que
ha ido trabajando casi día a día -pocos lo hemos sabido hacer en nuestra
adolescencia apurando la fecha anterior al examen-, hasta el que pasa de todo
porque no le gusta lo más mínimo estudiar, no encuentra en casa el aliciente
que necesita e incluso porque no sabemos motivarles ni lo más mínimo. Entre
estos dos extremos encontramos a una inmensa mayoría que necesita de nuestra
ayuda y a los que estos días más que nunca debemos prestársela porque debido a
la vorágine que se produce con esta cascada de acontecimientos, se hunden más
que en el resto del curso. Bien en cierto que si unos y otros supieran
dosificar esfuerzos y ganas las cosas cambiarían, pero antes padres y
profesores deberíamos enseñarles, y me temo que en eso fallamos ambas partes,
tal vez más unos que otros o al revés, no sé yo.
No
debemos olvidar a las madres y padres que desde la distancia que da la
invisibilidad del aula para ellos, deben creer en sus hijos y en sus
profesores. Los segundos en más casos de los deseables dejan mucho que desear y los primeros, como ya decía presentan una variedad
inmensa. Tal vez por eso muchos padres tienen que superar un estado de zozobra
en estos últimos días que fluctúan entre la esperanza y la desesperación. A mí
personalmente siempre me habría gustado contar con la presencia de un par de
padres en mi aula que dieran fe al resto de padres de actitudes que ni se
imaginan y que distan mucho del alumno atento y trabajando concienzudamente o
escuchando sin pestañear una explicación importante.
La
única forma de que todo el trabajo de unos y otros llegue a un final lo más
feliz y justo posible pasa por la unión de todos, con unos profesores
entregados y unos padres conscientes de los hijos que tienen en cada caso, para
que así podamos ayudarnos por el bien de ellos. El error y enorme en muchos
casos es pensar que estamos en bandos distintos, como le ocurre también al
alumno con el profesor. Todos trabajamos por el alumno o alumna que tenemos
delante. Mientras no seamos conscientes todo de esta premisa ya podemos innovar,
hacer uso de las más novedosas tecnologías y de miles de idiomas o de lo que
queramos. Todo esto es muy necesario en la escuela de hoy, pero para que funcione
a la perfección debemos utilizar un lenguaje común que es el emocional, muy en
boca de todos hoy en día, pero escasamente llevado a la práctica en la realidad
de muchas de nuestras aulas.
Javier
Lozano, 19 – Junio - 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario