Ayer
asistía a la comunión de mi sobrino cuando me fijé en un par de niños que iban tras
la estela del protagonista del día, el comulgante, que lucía radiante y
sintiéndose el protagonista de la fiesta. En un principio pensé que se trataba
de dos compañeros del colegio que habían coincidido y que simplemente
curioseaban a través del cristal de un cuarto donde estaban ensayando algo,
todos juntos, los niños y niñas que estaban a punto de salir a escena.
Cuando
ya ni me acordaba de la pareja de niños que momentos antes curioseaban por el
lugar, al salir de la ceremonia, nos dirigimos toda la familia a tomar una
cerveza a un bar cercano y allí aparecían de nuevo. Resultaron ser dos
compañeros y amigos de clase que había querido que estuvieran con él en su
fiesta, por lo que les había invitado.
Una
vez sentados todos a la mesa para recibir algo que despistara la sed hasta la
comida, me llamó la atención que mientras cada niño pedía su refresco, uno de
estos dos sacaba de un estuche una máquina de videojuegos y comenzaba a jugar
de manera compulsiva y frenética pidiendo una bebida y un croqueta de jamón
levantando la mano un segundo y sin ni siquiera mirar al camarero ni a nadie
más. Los otros dos niños de su edad miraron de qué iba el juego y luego salían
a jugar por el local y a la calle, mientras que el otro permanecía sentado y
enganchado a aquel artilugio diabólico que lo tenía abducido. Unos minutos
después salía corriendo a por los demás pero sin quitar la vista de aquella
pequeña pantalla. Así fue el tiempo completo que estuvimos allí hasta que salimos a los coches para dirigirnos al
restaurante donde iba a tener lugar la comida de celebración.
Cuando
llegamos al restaurante, no lo podía creer, el niño seguía con el cacharro en
las manos. Únicamente lo soltaba a ratos mientras le servían la comida, la
probaba y unas cosas las comía y otras las rechazaba poniendo cara de asco y
diciendo, con desprecio, que no le gustaban para seguir jugando.
Una
vez terminada la comida, los críos empezaron a corretear por la sala. Él iba
detrás pero sin mirar, merodeaba por donde los otros corrían. Así estuvo
durante un buen rato. Me levanté y me acerqué a él. Le abordé y le expliqué
suavemente cómo esa máquina la iba a tener en su casa para poder jugar
libremente cuanto quisiera, ayudándole a comprender que, en cambio, aquellos
momentos de fiesta y de juegos con amigos no volverían y se los estaba
perdiendo. Me miró con cara rara, como si lo hubiera pillado haciendo algo malo
y, casi sin mirarme, siguió su camino.
Los
que estaban conmigo en la mesa me avisaron unos segundos después de que el niño
iba sin la máquina en su mano y jugaba con el resto. Eso sí, puedo asegurar que
le faltaban recursos para una relación seguramente deteriorada por no practicar
más habitualmente. Más tarde pasó con el otro niño que antes había visto con él
que llevaba un balón de futbol bajo el brazo.
Tal
vez pasarían un par de horas cuando lo volví a ver. Volvía a buscar su máquina
para refugiarse de nuevo en ella. Los que estaban conmigo me miraron como
indicándome que había fracasado en mi intento. Estoy seguro que no fue así
porque pudo jugar un buen rato y descubrir cosas que más tarde le harán recapacitar
un poco y nunca se sabe si su pequeño cerebro luchará contra las que decisiones
que le atan a ese artilugio.
Mientras
tanto yo me repetía y todavía sigo haciéndome una pregunta ¿Por qué la madre de
ese niño no le dijo que la dejara en casa porque iba a pasar un gran día
jugando con sus amigos? No lo entiendo. ¡Pobre niño!
Javier
Lozano 15 - mayo - 2016
Creo o quiero pensar que este niño,hace tiempo que dejo de jugar con sus amigos y su madre lo tenga asimilado, xq yo al menos mi hijo tambien tiene maquinas, pero yo si le prohivo llevarselas cuando en cualquier momento nos vamos ajuntar con amigos y sus respectivos hijos,ademas son los momentos ideales para que aprovechen para jugar todos juntos a todo..niños con niñas, etc...la libertad que teniamos antes pudiendo salir solitos a la calle y que ahora no les podemos dar..por lo que han cambiado los tiempos..ojala esa madre se de cuenta del error que esta cometiendo...solo es mi punto de vista ...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo Paqui. Yo también echo mucho de menos en los niños de hoy aquellos días de corretear por las calles y jugar con multitud de cachivaches que encontrabas por ellas, como palos, cartones y que te convertían en multitud de personajes en los ratos que te dejaba libre el tiempo que empleabas en jugar con aquel balón que siempre llevabas bajo el brazo.
EliminarBuenas noches, el texto describe una imagen cotidiana, casi naturalizada de cualquier esquina, fiesta, hogar, pelotero... me sorprende el silencio de mucha gente y me identifico absolutamente con esos cristales de letras, que me devuelven el reflejo, de una misma sensación! Felicitaciones!!
ResponderEliminarGracias por tu comentario Silvana. ¡Qué razón tienes! Es una pena que se vea ya todo esto como algo totalmente natural y se silencie como tantos temas que habría que abordar socialmente con decisión.
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