
Cuando
me pongo a pensar en el origen de esta reunión de amigos la cosa cambia. Se
remonta a varias decenas de años atrás cuando el colegio donde yo empecé
todavía era solamente un pequeño centro educativo de barrio, casi sin recursos
materiales pero con una enorme cantidad de recursos personales, tantos que
siempre me parece mentira con el paso de los años que pudieran caber en tan
pocos metros cuadrados.
En
nuestras conversaciones recordamos el laboratorio, la biblioteca o secretaría,
lejos de las pompas de colegios actuales, siendo en aquellos momentos pequeños
huecos en un aula o unos simples cuartuchos llenos de trastos donde apenas se
podía pisar salvo que pasaras por encima de una colchoneta o de aquella vieja
multicopista que nadie usó jamás. Secretaría era aquel cuarto a la entrada que
servía de todo lo que nuestro minúsculo cole adolecía.
Las
nuevas tecnologías entonces no habían nacido prácticamente y nos desenvolvíamos
sin ellas a la perfección. La vieja máquina de escribir y cuatro cacharros nos
ayudaron a realizar nuestro trabajo.
El
recreo, pequeño de por sí y por si fuera poco recortado en cierto momento por
necesidades del guión urbanístico para hacer una rotonda, fue el mejor de los
campos de deportes con aquel puñado de metros cuadrados donde salíamos todos a
mogollón, en el que nunca faltaron un par de pequeñas porterías para organizar
nuestras finales de fútbol constituyendo nuestro propio Maracaná, especialmente
cuando llegó el asfalto que evitaba que los alumnos se llenaran de barro hasta
las orejas en los días de lluvia. En otros momentos ejercía también de espacio
para conciertos de fin de curso o navidades.
Sin
querer, comparas siempre aquellos tiempos pretéritos y los actuales, lo que
allí se hacía y lo que se cuece hoy alrededor del mundo educativo. Mi querido
colegio de San Juan de la Peña (a veces en las cartas no aparecía al ondita de
la ñ) rebosaba emociones porque éramos una gran familia (y lo seguimos siendo),
sin dar tanto bombo a esa educación emocional hoy tan en boga y en la que
también creo firmemente.
Quiero
agradecer una vez más, y no será la última, todo lo que me enseñasteis en mis
primeros años de profesión todos vosotros y vosotras, chavales de entonces y que
sin pretenderlo, juntos con vuestras familias, me hicisteis cursar un máster
sin saberlo. Mucha gente que hoy sale de la universidad no tiene la suerte de cursar
uno como aquel, a pesar de los precios que pagan, y muchos de los que hoy
trabajan en el mundo educativo deberían pasar unas horas simplemente
aprendiendo de vosotros en aquel nuestro minúsculo pero querido colegio de San
Juan de la Peña. ¡Qué bien les vendría! ¡Jo! Si lo llegamos a saber, no lo
cerramos.
Javier Lozano, 21 - marzo - 2016
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