lunes, 21 de marzo de 2016

Cursé un máster sin saberlo

El pasado viernes quedamos un grupo de amigos para tomar unas cervezas, cenar algo y luego pasar una velada agradable tomando algo más como solemos hacer para celebrar casi todo en este país, sea bueno o malo, comiendo y bebiendo. Hasta ahí nada fuera de lo normal.

Cuando me pongo a pensar en el origen de esta reunión de amigos la cosa cambia. Se remonta a varias decenas de años atrás cuando el colegio donde yo empecé todavía era solamente un pequeño centro educativo de barrio, casi sin recursos materiales pero con una enorme cantidad de recursos personales, tantos que siempre me parece mentira con el paso de los años que pudieran caber en tan pocos metros cuadrados.

En nuestras conversaciones recordamos el laboratorio, la biblioteca o secretaría, lejos de las pompas de colegios actuales, siendo en aquellos momentos pequeños huecos en un aula o unos simples cuartuchos llenos de trastos donde apenas se podía pisar salvo que pasaras por encima de una colchoneta o de aquella vieja multicopista que nadie usó jamás. Secretaría era aquel cuarto a la entrada que servía de todo lo que nuestro minúsculo cole adolecía.

Las nuevas tecnologías entonces no habían nacido prácticamente y nos desenvolvíamos sin ellas a la perfección. La vieja máquina de escribir y cuatro cacharros nos ayudaron a realizar nuestro trabajo.

El recreo, pequeño de por sí y por si fuera poco recortado en cierto momento por necesidades del guión urbanístico para hacer una rotonda, fue el mejor de los campos de deportes con aquel puñado de metros cuadrados donde salíamos todos a mogollón, en el que nunca faltaron un par de pequeñas porterías para organizar nuestras finales de fútbol constituyendo nuestro propio Maracaná, especialmente cuando llegó el asfalto que evitaba que los alumnos se llenaran de barro hasta las orejas en los días de lluvia. En otros momentos ejercía también de espacio para conciertos de fin de curso o navidades.

Sin querer, comparas siempre aquellos tiempos pretéritos y los actuales, lo que allí se hacía y lo que se cuece hoy alrededor del mundo educativo. Mi querido colegio de San Juan de la Peña (a veces en las cartas no aparecía al ondita de la ñ) rebosaba emociones porque éramos una gran familia (y lo seguimos siendo), sin dar tanto bombo a esa educación emocional hoy tan en boga y en la que también creo firmemente.


Quiero agradecer una vez más, y no será la última, todo lo que me enseñasteis en mis primeros años de profesión todos vosotros y vosotras, chavales de entonces y que sin pretenderlo, juntos con vuestras familias, me hicisteis cursar un máster sin saberlo. Mucha gente que hoy sale de la universidad no tiene la suerte de cursar uno como aquel, a pesar de los precios que pagan, y muchos de los que hoy trabajan en el mundo educativo deberían pasar unas horas simplemente aprendiendo de vosotros en aquel nuestro minúsculo pero querido colegio de San Juan de la Peña. ¡Qué bien les vendría! ¡Jo! Si lo llegamos a saber, no lo cerramos. 

                                                       Javier Lozano, 21 - marzo - 2016

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