jueves, 11 de febrero de 2016

Razones para la esperanza

Hace ya tiempo os conté una de las situaciones más frustrantes que me encuentro diariamente nada más llegar a la sala de profesores donde, poco antes de las ocho de la mañana, todos vamos aparcando la pereza que impone ese sueño residual que nos acompaña desde que nos hemos lavado la cara unos minutos antes. Estás hablando con una persona sobre lo que sea, entra otra y al pasar por en medio, como si de aquel juego infantil de cortar el hilo se tratara, se lleva tu conversación, ya que el que aparentemente te escuchaba le pregunta algo, le contesta o simplemente se va a una conversación que acaba de nacer en la otra esquina de la sala. Muchas veces lo he comentado con alguien de confianza y me ha confesado no ser consciente del hecho, pero al día siguiente vuelve a suceder.

Hace un par de días, en cambio, ocurrió el efecto contrario sin ni tan siquiera proponérnoslo. Una compañera me comentaba una cosa del niño de la pícara sonrisa, del que os hablé hace poco, lo que llamamos un caso de TDAH de libro. Al explicarles algunas características típicas de estos críos fuimos analizando cuestiones que les iban acercando a una realidad que les empezó a enganchar, algo de lo que me di cuenta enseguida y que quise aprovechar. Como si la suerte, en forma de momento formativo espontáneo hubiera querido aparecerse entre nosotros, salió también el tema de un alumno con Síndrome de Asperger y ya fue el colmo, pues se creó un espacio de esos que no quisieras que terminaran, ambiente relajado, gente interesa y expectante y al que sólo el din don del fin de recreo puso fin.

Analizando las circunstancias que concurrieron para que se diera el espacio producido, veo que de las cuatro personas que intervinieron yo era el más mayor, los otros tres restantes son compañeros bastante más jóvenes que o acaban de llegar o llevan poco tiempo y a los que felizmente les queda todavía el gusanillo de la inquietud por saber, por aprender todo aquello que les haga mejores profesionales y de rebote les ayude a estar más atentos a las necesidades de sus alumnos, por lo que la idea de escuchar vemos que no ha muerto del todo cuando de un tema interesante se trata.

Todo lo vivido en esos pocos pero intensos minutos que finalizaron con un “ya seguiremos” me anima a seguir adelante, el interés dibujado en sus caras me ayuda a pensar que sigue habiendo gente en esta profesión con ganas de aprender, de formarse, convencido también que lo de la edad fue algo anecdótico pues hay gente con mucho recorrido que siguen queriendo aprender casi como el primer día, incluso ahora seleccionando mejor los contenidos que sus intereses les exigen.

En definitiva, la experiencia totalmente espontánea de ayer y el interés reflejado en sus expresiones por aprender hace que casi olvide esos momentos en los que por el mal hacer de unos y la pasividad de otros me llego casi a avergonzar de esta profesión. Creo que visto lo visto puedo creer en ellos, por fin tengo una prueba de que podemos tener esperanza.

Javier Lozano 11 – febrero - 2016

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