Hace ya tiempo os conté una de las situaciones
más frustrantes que me encuentro diariamente nada más llegar a la sala de
profesores donde, poco antes de las ocho de la mañana, todos vamos aparcando la
pereza que impone ese sueño residual que nos acompaña desde que nos hemos
lavado la cara unos minutos antes. Estás hablando con una persona sobre lo que
sea, entra otra y al pasar por en medio, como si de aquel juego infantil de
cortar el hilo se tratara, se lleva tu conversación, ya que el que
aparentemente te escuchaba le pregunta algo, le contesta o simplemente se va a
una conversación que acaba de nacer en la otra esquina de la sala. Muchas veces
lo he comentado con alguien de confianza y me ha confesado no ser consciente
del hecho, pero al día siguiente vuelve a suceder.
Hace
un par de días, en cambio, ocurrió el efecto contrario sin ni tan siquiera
proponérnoslo. Una compañera me comentaba una cosa del niño de la pícara
sonrisa, del que os hablé hace poco, lo que llamamos un caso de TDAH de libro.
Al explicarles algunas características típicas de estos críos fuimos analizando
cuestiones que les iban acercando a una realidad que les empezó a enganchar,
algo de lo que me di cuenta enseguida y que quise aprovechar. Como si la
suerte, en forma de momento formativo espontáneo hubiera querido aparecerse
entre nosotros, salió también el tema de un alumno con Síndrome de Asperger y
ya fue el colmo, pues se creó un espacio de esos que no quisieras que
terminaran, ambiente relajado, gente interesa y expectante y al que sólo el din
don del fin de recreo puso fin.
Analizando
las circunstancias que concurrieron para que se diera el espacio producido, veo
que de las cuatro personas que intervinieron yo era el más mayor, los otros
tres restantes son compañeros bastante más jóvenes que o acaban de llegar o
llevan poco tiempo y a los que felizmente les queda todavía el gusanillo de la
inquietud por saber, por aprender todo aquello que les haga mejores
profesionales y de rebote les ayude a estar más atentos a las necesidades de
sus alumnos, por lo que la idea de escuchar vemos que no ha muerto del todo
cuando de un tema interesante se trata.
Todo
lo vivido en esos pocos pero intensos minutos que finalizaron con un “ya
seguiremos” me anima a seguir adelante, el interés dibujado en sus caras me
ayuda a pensar que sigue habiendo gente en esta profesión con ganas de
aprender, de formarse, convencido también que lo de la edad fue algo anecdótico
pues hay gente con mucho recorrido que siguen queriendo aprender casi como el
primer día, incluso ahora seleccionando mejor los contenidos que sus intereses
les exigen.
En
definitiva, la experiencia totalmente espontánea de ayer y el interés reflejado
en sus expresiones por aprender hace que casi olvide esos momentos en los que
por el mal hacer de unos y la pasividad de otros me llego casi a avergonzar de
esta profesión. Creo que visto lo visto puedo creer en ellos, por fin tengo una
prueba de que podemos tener esperanza.
Javier
Lozano 11 – febrero - 2016
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