Una vez más el
tiempo me vuelve a sorprender con su vertiginoso caminar. Hace ya una semana
que estábamos disfrutando de una exposición de óleos y acuarelas que nos había
ocupado los últimos meses y llenado nuestra ilusión los días anteriores. Por
fin conseguía aunar en una pequeña sala, acogedora y como hecha para la
ocasión, la alegría de un gran amigo por un lado y el afecto de las gentes de
un pueblo por otro. Ver ilusionada a una persona que quieres y disfrutar de la
gente del pueblo de tus padres, del que te consideras uno más, es algo difícil
de explicar.
Colores
desparramados por lienzos y papeles, verdes de nuestra vega y marrones de
nuestra arcillosa tierra y sus casas hacían las delicias de gente de todas las
edades, reconociendo aquella casa en la que vivieron de niños, recordando a la
persona ya desaparecida que formó parte de su niñez ya lejana que se asomaba a
la ventana ahora pintada.
Hace
un par de días mi amigo y yo fuimos a recoger la sala que fuera la semana
pasada surtidor de emociones para todos y ya de paso celebrar en el pabellón con
la gente del pueblo de Moros el día de la patrona, Santa Eulalia Emeritense. Además
del chocolate, quemadillo o bocatas, se notaba entre los compases de la música,
los bailes y los saludos de la gente allí congregada, el calor de su cariño.
Desde
niño he corrido por las calles de Moros, disfrutado de los pozos del Manubles,
jugado partidos de futbol apasionantes en las eras, robado peras y manzanas en
sus piezas y muchas cosas más. Por eso a pesar de haber nacido unos kilómetros más
allá, en Zaragoza, me siento de Moros y tras estos días, mucho más. Cada vez
que bajo del coche y respiro su aire y escucho su silencio siento más la
necesidad de estar en él.
Quiero
agradecer el trato recibido por todo el mundo, desde los jóvenes que nos vinieron
a visitar, a los más ancianos que subieron las empinadas cuestas hasta llegar a
nosotros, pasando por la gente de mi edad y por supuesto a esa impresionante Comisión
de la Semana Cultural, que como la que organiza las fiestas del verano y
octubre, se deja parte de su tiempo para que los demás seamos un poco más felices.
Han
sido momentos en los que, aunando vuestro cariño, el buen grupo de amigos que
nos juntamos y poco más, hemos conseguido grandes ratos. Dicen que la felicidad
total no existe, que consiste en estos pequeños momentos que la vida nos
regala. Así debe ser, porque para tocar la verdadera felicidad, a mí al menos
me faltó muy poco, seguramente algo que estaba muy cerca y a la vez demasiado
lejos en la distancia y el tiempo.
Javier
Lozano, 12 – Diciembre - 2015
Me ha gustado tu escrito! No sabes cómo comprendo esas sensaciones que sientes al llegar a Moros. Yo aún guardo sus olores... sabores... Colores... De tantos veranos vividos en él, mi padre y mis abuelos eran de Moros, íbamos cada año a pasar el verano y a veces las Navidades con ellos, (mis abuelos tíos, vivían en Moros) y guardo un grato recuerdo del pueblo, de sus calles, de su río las eras, los manzanos, la Vega. Amigo, me has hecho recordar tantas...tantas cosas... que no sé cómo agradecértelo. Gracias por tu relato. Me siento de alguna manera, identificada en él. Siempre llevo a Moros en mi corazón. Un gran saludo y un abrazo. Mary Carmen Lozano
ResponderEliminarMe alegra leer lo que dices. Esos veranos eternos nos llegaron a todos y los llevamos muy adentro. La forma de agradecerlo es seguir manteniendo vivo ese bonito recuerdo y tratar de volver alguna que otra vez. Tal vez nos conocimos y si no, aún estamos a tiempo. Besos
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