domingo, 15 de noviembre de 2015

Lo que el tiempo no se llevó

Siempre hablamos de lo rápido que pasa el tiempo, pero no somos realmente conscientes de tal afirmación hasta que comparamos con la foto mental fija que tenemos desde hace mucho de cualquier situación en nuestra cada vez más titubeante memoria. Anoche volvimos a juntarnos un buen puñado de compañeros de carrera y no son los pelos, en bastantes casos ya escasos, en alguno casi invisibles, ni las curvas ni los kilos. Son las vivencias que siguen pareciendo de ayer cuando ese ayer ya fue hace más de treinta y cinco años.

Ponemos imágenes a las fiestas en la sala de descanso, al laboratorio o aquellas tediosas clases de francés y recordamos con distintos matices a antiguos profesores que fuimos sorteando por el camino, algunos ya desaparecidos. Poco a poco vamos comparando situaciones actuales y descubrimos hijos estudiando en la Universidad o ya cerca de ella, incuso algunos ya trabajando y, por si fuera poco, aparecen nuestros primeros nietos y nietas. Esto empieza a sonar a declive porque ya tenemos los primeros jubilados y prejubilados y se vislumbran más bien pronto.

Tras el encuentro ante la primera cerveza los primeros besos y abrazos, risas y un estallido de ilusiones. No faltan los recuerdos cariñosos para los que no han podido asistir, para los que abandonaron el barco antes de llegar a puerto, de algunos jamás se supo, e incluso para esos nombres ya sin rostro por el paso sin piedad de las manecillas del ya desgastado reloj de nuestras vidas, pero muy especialmente para la gran compañera, casi madre, llena de bondad que nos dejó anticipadamente con aquella eterna sonrisa y que siempre está presente en nuestros corazones.

Por fin, todos ante la mesa, vamos descubriendo que aquellas relaciones del ayer que unieron grupos de trabajo y amistades varias, han ido dando paso a una piña de ilusiones renovadas por esa nueva amistad adulta que surge de un compañerismo sincero que no ha llegado nunca a caer en el olvido, demostrando que no tenía fecha de caducidad.

La copa final, con más risas, más recuerdos y más ganas de recuperar el tiempo perdido ponen el punto y seguido a un entrañable encuentro que tendrá su próximo capítulo en unos meses. Cuando la noche ya termina cada uno vuelve a su hoy, con ese día a día que muchas veces no permite tantas alegrías y tanta creatividad e ilusión como soñábamos en aquellos años de estudios de Magisterio, y que gracias a la vocación por nuestros alumnos nos permitirá salvar el tipo hasta el día que definitivamente salgamos del aula por última vez para no pisarla nunca más. Así que ánimo que a unos cuantos aún nos quedan unos pocos años para sacudir el tarro de las ilusiones que llenamos entonces, y que seguro que aún están ahí, tal vez pegadas al cristal por la absurda burocracia y por los que en nuestra profesión, sin el menor atisbo de lucidez pedagógica, han ido ahogando muchas de nuestras iniciativas.

Nunca desistáis, aquellos años que nos llenaron de futuro hoy tienen que ayudarnos en nuestro presente para dar todo lo que llevamos todavía en nuestros corazones de auténticos docentes. Pero si anoche, antes de la última copa, aún hablábamos de cosas tan serias como neuronas espejo y cuestiones similares, es que estamos todavía muy vivos.

Nos vemos pronto, aunque entre plato y plato yo pensé anoche que se juntaba con la del próximo. Gracias a todos/as por vuestro cariño.


                                                               Javier Lozano, 15 – Noviembre - 2015

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