
Ya han pasado tres días. Hoy me he vuelto a levantar otra
vez, como ayer, con esa sensación entre la alegría de haber vivido intensas
horas de nuevas emociones, y el vacío que queda tras la pérdida de algo
importante.
Esta mañana, al ir al cole, la misma señora que friega la
escalera estaba limpiando como siempre y al cruzar la calle pasaba el mismo
señor que todos los días se dirige a su trabajo a toda prisa como si de él
dependiera que el mundo siguiera rodando.
He salido del portal y me he dirigido a por mi coche.
Nadie ha venido a buscarme para llevarme hasta mi escuela y además he tenido
que ir solo. Allí no había ni focos, ni cables desperdigados por el suelo y al
hablar con el conserje he confirmado en sus palabras mis temores, mis peores
presagios se han cumplido. El director no había llegado aún y tampoco era un
tal David. Me ha mirado con cara rara al decirle que buscaba a una enfermera de
morado con gafitas y que el doctor Martínez, al que yo le aseguraba haber visto
en la puerta hablando con una paciente, era una invención mía. ¡Qué sabrá él!
Como para preguntarle por el doctor Torres y asegurarle que un joven de León
sigue preguntando por él.
Han comenzado a acercarse a la puerta niños con sus
familias, pero ni rastro de Adrián y su madre. Supongo que la joven de la
muleta harta de la enfermera se habrá marchado mientras el señor mayor y su
hija siguen en el interior de la consulta. Perdido y contrariado, constato mi
vacío al adentrarme en aquellos pasillos que me recuerdan que el rodaje de
"Me gusta la educación" que días atrás me absorbió casi por completo
es ya historia, que no va a haber en mi hoy varias chicas pendientes de que
esté perfectamente atendido y de que no me falte nada. Ya nadie me seguirá con
una cámara de fotos ni de vídeo porque mi historia educativa real, la que dio
origen a la ficticia que alegró este último fin de semana en Madrid, no se
graba nada más que en el corazón de esos alumnos por los que vivo día a día.
Además, miro mis manos y ¡socorro! Los papeles de unos informes que estaba
revisando han desparecido. Mi última esperanza sigue viva. ¿Aparecerá tras
alguna esquina la pequeña niña rubia, con su carita de ángel y su sonrisa
inocente con su "asusta-profes" en la mano? La
verdad es que no me importaría.
Las huellas emocionales que ha dejado este fin de semana
pasado el rodaje en el que tuve el privilegio de participar, junto con un grupo
humano imposible de olvidar, hace que siga viendo el mundo de la enseñanza, que
un día elegí como carrera, como algo tan importante que me confirma que la
educación para mí no es simplemente una profesión, es mi vida.
Javier Lozano 16 - Mayo -
2015
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