En toda la historia de de la humanidad han ido apareciendo cada cierto
tiempo personajes que, amparados en el esoterismo y las ciencias ocultas, han
intentado emular sin resultados positivos, a hombres de ciencia tan importantes
como médicos y otros muchos profesionales aprovechándose de la necesidad y
urgencia del prójimo, de su ignorancia y sus miedos. Hoy, a pesar del paso de
los años, siguen surgiendo como setas, aprendices de brujos y vendedores de humo,
sin darse cuenta de que los tiempos han cambiado y las ciencias adelantan que
es una barbaridad, como ya rezaba en 1894 el libreto de Ricardo de la Vega, al
que puso música Tomás Bretón, en "La verbena de la Paloma".
En el mundo de la
Educación (con mayúsculas) ha habido también infinidad de teorías, quedando con
el paso del tiempo las realmente válidas, corrientes que han ido dando cuerpo a
esta profesión donde también tenemos de todo. En cualquier caso, siempre es
bueno que se aporten ideas y se contrasten, eso sí, con un cierto rigor que da
no sólo la experiencia, evidentemente casi imprescindible, sino el análisis y el
estudio de años en las aulas tras haber recorrido las citadas corrientes a las
que más de un docente dedicó su vida.
Tras muchos años como
educador, he podido desarrollar mi vocación empujado también por las ideas que
un día aprendí en los libros, los de la Universidad y los que yo libremente
elegí leer. Después de saborear en ellos a innumerables pedagogos y movimientos
como “La Escuela Nueva” o “La Institución Libre de Enseñanza” uno llega a darse
cuenta de que la verdadera Ciencia de la Educación es la que emana del aula
cada mañana, en cada rostro de los alumnos que tenemos la suerte, el compromiso
y la responsabilidad de educar, de preparar para un futuro que nuca creímos
entonces ni tan duro, ni tan incierto.
Un día, hace ya un tiempo,
una chica pidió permiso para poder
contar un chiste cada principio de clase, de esos cortitos, e incluso malos,
como ella dice siempre. Desde aquel día la clase comienza con una sonrisa que
queda colgada de sus caritas y que nos permite seguir luego sin perderla. Esos
detalles, junto con la cercanía y la preocupación por cada uno de ellos para
descubrir sus alegrías y sus penas, aplaudir sus éxitos y apoyarles en sus
fracasos, son los posos que deja la verdadera pedagogía, la que surge de la
auténtica historia de la educación y no de la urgencia de fabricar ocurrencias
y manuales como si en vez de educadores formando personas fuéramos montadores
de muñecos como se hace con los muebles de la conocida cadena sueca.
Javier Lozano 25 - Abril - 2015
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