viernes, 30 de enero de 2015

Un beso muy especial

La sala estaba llena. Gente de todas las edades esperaban a que el celador les llamara para sus análisis de sangre. Después de mi paso por el hospital, y mientras espero para pasar por el quirófano, tenía que hacerme un pequeño control de esos números que se alteraron por el empeño de mi vesícula de fabricar piedras y ponerlas en mi camino.

Confiaba en ser de los primeros, y seguía creyendo en ello, cuando han empezado a llamar uno a uno mientras yo observaba a cuantos me rodeaban, entre los que destacaba un señor mayor que no oía casi y que a grito pelado trataba de hablar con su hijo al que no oía. Al final han ido pasando uno a uno, creo que cerca de cien personas, y me ha tocado por fin el tercero, pero empezando por el final. Bueno, hoy, tras la fiesta patronal de ayer, causante con toda seguridad de la acumulación de personas, he tenido puente y no tenía prisa.

Me ha llamado la atención especialmente una chica con evidentes signos de un leve retraso a la que han llamado mucho antes y que quería pasar la última, además de preguntar constantemente por Julia, que debía ser la enfermera de su médico. Repetía una y otra vez que tenía fobia a las agujas y que sólo ella la conocía. El tiempo de espera ha sido un constante monólogo de su miedo.

Cuando ha llegado mi turno con el enfermero de toda la vida, estábamos interesándonos por nuestras respectivas vidas cuando se ha tumbado en la camilla de al lado la chica de la fobia. Las enfermeras hablaban de los colores de los tubos y ella medio a gritos les decía que le daban igual los colores, como si le estuvieran preguntando, que a lo que tenía miedo era a las agujas. Julia no había llegado y el terror se estaba apoderando de la joven. La trataban bien pero no parecía calmarla. A mitad de mi pinchazo he oído… “una mano, que alguien me dé una mano” a lo que nadie ha hecho caso.

Cuando me he visto libre, me he acercado y le he ofrecido la mía. Al principio, avergonzada, ha dicho que no, que gracias, y al ver que yo le tomaba la suya y le decía que estuviera tranquila se ha agarrado a mí con todas sus fuerzas. He seguido a su lado todo el proceso desde que le han puesto la gomita en el brazo, el pinchazo, la extracción de varios tubos de sangre, etc. Yo le hablaba, animaba e invitaba a respirar hondo mientras ella repetía una y otra vez.. “muchas gracias, gracias señor, muchas gracias” y pedía perdón, a mí y a las enfermeras, por la que estaba montando. Le he dicho que no tenía que pedirlo. Las que estaban por allí simplemente le pedían que se callara ya. Le he explicado lo poco que cuesta echar una mano a quién la necesita, y nunca mejor dicho. Ella trataba de sonreír pero con poco éxito.

Por fin han terminado y, con esos ojazos de pánico algo más relajados con los que me miraba fijamente segundos antes, ha tomado mi mano y se la ha llevado a sus labios para darme un beso y volver a darme las gracias y a pedirme perdón.

Hoy he empezado bien el día, me he ido tan contento que ni me he acordado de mi pinchazo. ¡Ah! Y se me ha olvidado preguntarle su nombre.

Javier Lozano 30 Enero - 2015

2 comentarios:

  1. Ojala todos tuviésemos una mano como la tuya en esos momentos de panico.

    ResponderEliminar
  2. Ya sabes tú muy bien que no es tan difícil hacer pequeños gestos que hagan feliz a la gente que nos rodea. Cuenta con la mía cuando la necesites. Besicos

    ResponderEliminar