
Confiaba
en ser de los primeros, y seguía creyendo en ello, cuando han empezado a llamar
uno a uno mientras yo observaba a cuantos me rodeaban, entre los que destacaba
un señor mayor que no oía casi y que a grito pelado trataba de hablar con su
hijo al que no oía. Al final han ido pasando uno a uno, creo que cerca de cien
personas, y me ha tocado por fin el tercero, pero empezando por el final.
Bueno, hoy, tras la fiesta patronal de ayer, causante con toda seguridad de la
acumulación de personas, he tenido puente y no tenía prisa.
Me
ha llamado la atención especialmente una chica con evidentes signos de un leve
retraso a la que han llamado mucho antes y que quería pasar la última, además
de preguntar constantemente por Julia, que debía ser la enfermera de su médico.
Repetía una y otra vez que tenía fobia a las agujas y que sólo ella la conocía.
El tiempo de espera ha sido un constante monólogo de su miedo.
Cuando
ha llegado mi turno con el enfermero de toda la vida, estábamos interesándonos
por nuestras respectivas vidas cuando se ha tumbado en la camilla de al lado la
chica de la fobia. Las enfermeras hablaban de los colores de los tubos y ella
medio a gritos les decía que le daban igual los colores, como si le estuvieran
preguntando, que a lo que tenía miedo era a las agujas. Julia no había llegado
y el terror se estaba apoderando de la joven. La trataban bien pero no parecía calmarla.
A mitad de mi pinchazo he oído… “una mano, que alguien me dé una mano” a lo que
nadie ha hecho caso.
Cuando
me he visto libre, me he acercado y le he ofrecido la mía. Al principio,
avergonzada, ha dicho que no, que gracias, y al ver que yo le tomaba la suya y
le decía que estuviera tranquila se ha agarrado a mí con todas sus fuerzas. He
seguido a su lado todo el proceso desde que le han puesto la gomita en el
brazo, el pinchazo, la extracción de varios tubos de sangre, etc. Yo le
hablaba, animaba e invitaba a respirar hondo mientras ella repetía una y otra
vez.. “muchas gracias, gracias señor, muchas gracias” y pedía perdón, a mí y a
las enfermeras, por la que estaba montando. Le he dicho que no tenía que
pedirlo. Las que estaban por allí simplemente le pedían que se callara ya. Le he
explicado lo poco que cuesta echar una mano a quién la necesita, y nunca mejor
dicho. Ella trataba de sonreír pero con poco éxito.
Por
fin han terminado y, con esos ojazos de pánico algo más relajados con los que
me miraba fijamente segundos antes, ha tomado mi mano y se la ha llevado a sus
labios para darme un beso y volver a darme las gracias y a pedirme perdón.
Hoy
he empezado bien el día, me he ido tan contento que ni me he acordado de mi
pinchazo. ¡Ah! Y se me ha olvidado preguntarle su nombre.
Javier
Lozano 30 Enero - 2015
Ojala todos tuviésemos una mano como la tuya en esos momentos de panico.
ResponderEliminarYa sabes tú muy bien que no es tan difícil hacer pequeños gestos que hagan feliz a la gente que nos rodea. Cuenta con la mía cuando la necesites. Besicos
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