
Al final no lo pude remediar y enseguida me
vi participando de la conversación defendiendo lo que tan meridianamente pasaba
por mi cabeza, como, a la vez, bombeaba mi corazón de docente comprometido con
mis alumnos
En un momento determinado, un compañero de
profesión me hace la pregunta del millón... " ¿qué prefieres un
profesional sin vocación o un vocacional que no sea profesional? y
contestándose él mismo asegura que él ha tenido muchos compañeros y que sin
dudarlo prefiere un profesional que no sea vocacional.
Ante mis argumentos y algún ejemplo de mi
vida diaria, tanto en el aula, como en los pasillos, el recreo o la propia
calle, y no tiene por qué ser en mi horario escolar, la discusión languidece
porque planteo como contrapunto algunos interrogantes que me parecen claves y
que, una vez aclarados, pueden dar luz a una discusión, en mi humilde opinión,
tan estéril como absurda. ¿Es posible en la educación que un profesional de
verdad no tenga una mínima vocación? ¿Es posible que un maestro verdaderamente
vocacional no sea un buen profesional en algo que realmente le gusta? Me temo
que ambas cuestiones, profesionalidad y vocación, van en esta profesión
estrechamente unidas, eso sí, en mayor o menos porcentaje de cada una según la
persona y sus cualidades personales. ¿No creéis? Tal vez, eso sí, podemos tener
a más de algún infiltrado, pero esos ¿pueden ser considerados educadores?
Seguramente ahí radica el problema y no en la confrontación de la dos
cualidades a las que antes aludía, o ¿es que puede existir un río sin peces,
una primavera sin flores o un niño sin sonrisa? No sé, pero muy normal no
sería.
Javier
Lozano 19 - Enero -2015
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