domingo, 14 de diciembre de 2014

En la sala de observación

Una vez más el día ha dejado paso a una noche oscura. La tarde de hoy ha ido languideciendo, como la de ayer, tras el cristal escondiendo el sol sus últimos rayos entre las ramas de un enorme pino, única muestra de naturaleza que veo a través del cristal por el que adivino la vida de ahí afuera.

Aquí casi todo es dolor y tristeza,  una monotonía que trata de recuperar vidas. La variedad de personajes que van desfilando ante mí es incesante. Ya han ido desapareciendo... el señor mayor, un abuelico con una chispa de vida, que ha sido trasladado a otro hospital, seguramente para dejarla allí definitivamente. El señor que juraba sin parar ¡pobre! ¡como nos va abandonando la cordura con los años! ha sido trasladado a planta, como el joven que han mandado poco después acompañado de su familia.

Quedamos solamente tres de los iniciales y varios nuevos. Ha tenido mejor suerte el abuelo que,  tras decirle que le iban a hacer ¿un tacto rectal? ¿qué? se lo han realizado y tras sufrirlo,  lloraba igual que un niño como si algo grave e irreversible hubiera ocurrido en su vida. Eso sí, unos minutos más tarde, un buen caldo y algo de carne con buenos trozos de pan, engullido con la avidez de un adolescente hambriento, le ha hecho olvidar todo. Ya se sabe que las penas con pan... Poco después caminaba eufórico hacia la puerta, vestido de calle, dejando atrás su pasado más reciente.

Al final eso de los recortes también me ha tocado a mí. De momento esperando cama en planta para hacerme unas pruebas de digestivo que, si salen bien, me lleven a casa. Mientras tanto aquí sigo sin perder detalle en esta fría sala de observación de un hospital donde al menos sigue habiendo seres humanos, esos profesionales que con mimo y mucho cariño, en su inmensa mayoría, acompañan nuestras eternas horas de dolor y tedio.

                                                        Javier Lozano 9 - Diciembre - 2014

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