Una vez más el día ha dejado paso a una noche oscura. La tarde de hoy ha
ido languideciendo, como la de ayer, tras el cristal escondiendo el sol sus
últimos rayos entre las ramas de un enorme pino, única muestra de naturaleza
que veo a través del cristal por el que adivino la vida de ahí afuera.
Aquí casi todo es dolor y tristeza, una monotonía que trata de
recuperar vidas. La variedad de personajes que van desfilando ante mí es
incesante. Ya han ido desapareciendo... el señor mayor, un abuelico con una
chispa de vida, que ha sido trasladado a otro hospital, seguramente para
dejarla allí definitivamente. El señor que juraba sin parar ¡pobre! ¡como nos
va abandonando la cordura con los años! ha sido trasladado a planta, como el joven
que han mandado poco después acompañado de su familia.
Quedamos solamente tres de los iniciales y varios nuevos. Ha tenido mejor
suerte el abuelo que, tras decirle que le iban a hacer ¿un tacto rectal?
¿qué? se lo han realizado y tras sufrirlo, lloraba igual que un niño como
si algo grave e irreversible hubiera ocurrido en su vida. Eso sí, unos minutos
más tarde, un buen caldo y algo de carne con buenos trozos de pan, engullido
con la avidez de un adolescente hambriento, le ha hecho olvidar todo. Ya se
sabe que las penas con pan... Poco después caminaba eufórico hacia la puerta,
vestido de calle, dejando atrás su pasado más reciente.
Al final eso de los recortes también me ha tocado a mí. De momento
esperando cama en planta para hacerme unas pruebas de digestivo que, si salen
bien, me lleven a casa. Mientras tanto aquí sigo sin perder detalle en esta
fría sala de observación de un hospital donde al menos sigue habiendo seres
humanos, esos profesionales que con mimo y mucho cariño, en su inmensa mayoría,
acompañan nuestras eternas horas de dolor y tedio.
Javier Lozano 9 - Diciembre - 2014
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