Esta
mañana he asistido en mi escuela a un curso obligatorio de dos horas sobre
riesgos laborales, porque hay una ley que le obliga a su vez a realizarlo para
nosotros. Me alegro sinceramente de que se hagan este tipo de leyes para que los
que pasan de informarse y formarse sobre temas relativos a trabajo -que como
las meigas haberlos hailos en todos las empresas- no escapen por esa grieta tan
amplia que produce la vagancia y la dejación de sus funciones. Si la citada ley
hace su bricolaje en este desperfecto, bienvenido sea el tiempo empleado. Así
pues, me he dirigido al salón de actos convencido de la buena intención de mi
centro.
Estaba
plenamente convencido de que teniendo en cuenta nuestra labor diaria se nos iba
a hablar precisamente de temas que nos pueden causar problemas, perjudicando
nuestra salud y por tanto a nuestros alumnos. Los dos primeros que me han
venido a la cabeza han sido el estrés docente y los problemas de la voz, una de
nuestras principales herramientas. Ambas situaciones acumulan seguramente los
mayores índices de dificultades, y tal vez de bajas laborales, en nuestro
colectivo.
Esperaba
escuchar alguna idea como que la falta de entrenamiento adecuado a nivel
foniátrico nos hace más vulnerables a las enfermedades de las cuerdas vocales
por ejemplo, ya que el aula a veces puede convertirse en un auténtico campo de
batalla auditivo, en el que gana que más grita, y que no tiene por qué ser el
profesor, o aprender pautas o estrategias para prevenir tales situaciones y
mejorar día a día en mi forma de hablar a mis alumnos. Pero lo que he aprendido
ha sido que tengo que tener cuidado si hay obras, y por supuesto si hacen un
agujero en el suelo, jamás debo meterme ni dejar que lo hagan mis alumnos, o
que si uso una traspaleta para levantar pesos de cientos de kilos, nunca debo
parar el peso con las manos si se vuelca por haber puesto desequilibrados los
materiales.
También
esperaba ejercicios para vencer o mitigar el estrés docente, puesto que el
profesor es una persona que trabaja con personas y, probablemente, cuanto mayor
sea su implicación con los alumnos es más probable que su vida docente choque
con la realidad de la enseñanza llamándole a la frustración y a tener sensación
de fracaso, de manera que la transmisión de su forma de ser, sus valores,
actitudes e, incluso su estado de ánimo, no sea eficaz afectando directamente a
la calidad de su labor. Sin embargo he aprendido que los productos de limpieza
que no se usan habitualmente deben gestionarse y tirarse lo antes posible. Eso
sí, en caso de necesidad, puedo echarlos de un recipiente grande a otros
pequeños que lleven sus correspondientes etiquetas, pero nunca a una botella de
coca cola por mucho que le ponga un esparadrapo con el nombre del contenido o
cualquier otro distintivo.
Unos
minutos antes de la diapositiva final, de las que nos han contado esto y mucho
más, todo ello con ejemplos de talleres de soldadura, empresas de vidrio,
papeleras y otras industrias no demasiado a fines con lo que es un centro
educativo, debo reconocer que los dos temas que yo creía más importantes se han
tocado. Ha aparecido la definición de los problemas de voz y psicológicos,
explicándonos por si alguien no tenía claro que pueden ser debidos a la
implicación del profesor, al no llegar a las expectativas del alumnado, las
entrevistas con los padres, etc. De pautas o soluciones nada de nada. Claro,
que en dos horas tampoco se pueden solucionar, aunque tal vez sí motivar a la
gente para que busque el camino que le lleve a mejorar cada día.
Creo
que el error no es del centro que, con toda su buena voluntad, invita a sus
trabajadores a una ley que goza igualmente de unos objetivos claros, pero ¿y la
empresa encargada del curso? ¿no debería antes meterse de lleno en lo que hacen
los que reciben el curso? Porque como los compañeros de taller no hayan
aprendido algo, el resto, salvo que debemos lavarnos las manos para estar con
los alumnos, no ir a clase borrachos o drogados para no tener accidentes “in
itinere” y alguna cosilla de ese calibre, poco más.
Se
me olvidaba. Me he acordado de un antiguo alumno al que, tras plantearle dos
posibilidades de solución en un problema en clase, dejé en el aire la misma
frase que esta mañana la chica que daba el curso. Todavía resuenan las risas
que produjo. Os cuento. A pesar de tener un plan de evacuación que llevamos a
cabo todos los años con el parque de bomberos vecino, nos ha explicado los
tipos de extintores y sus características, pero nos ha dicho que si no los
distinguimos, llegado el momento, ante la duda…
Javier
Lozano 08 - septiembre - 2014
Javier, ni sé si reír o llorar, es increíble, que poco se sabe sobre lo que sucede dentro de un centro educativo. En fin, esperemos que poco a poco todos vallamos aprendiendo algo sobre la realidad que nos rodea.
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