martes, 16 de septiembre de 2014

A simple vista

Ante mí, un curso más, van entrando al aula una treintena de personas a las que no conozco de nada, salvo un par de caras que me suenan de ver por los pasillos hace algunos meses y que hoy repiten su entrada en un primero de la ESO como hace justamente un año. Eso sí, sus caras no, pero sus hechos son perfectamente reconocibles en sus primeras miradas entre ellos y hacia mí.

La mayoría comienzan a vivir el hoy como si mañana no existiese o ayer quedase demasiado atrás para recordarlo, solo las exigencias de su presente marcan sus días. La vida que vivimos el resto, los mayores, los adultos, no les atrae en exceso y buscan en todo lo que les rodea, especialmente en lo prohibido, sin importarles mucho el por qué, sensaciones que les hagan sentirse diferentes, sin darse cuenta que en la mayoría de las ocasiones es lo que les equipara a sus iguales.

Con el paso del tiempo, que parece encorrerles a pesar de creerlo eterno a veces, comprobarán que la vida parece ir en serio, más de lo que pensaban, y comenzará a atosigarles, haciéndoles en más de una ocasión plantearse el por qué de sus acciones, eso sí, en silencio, en la intimidad, sin que nadie sepa de sus titubeos. Esa realidad que vislumbrarán en una lejanía que parecerá venir a su encuentro, irá pareciéndose cada vez más a la de los mayores, esos que les atornillan y casi nunca les comprenden.

Día a día van dándose de narices con esa realidad que la gente llama mundo, ese mundo lleno de adultos con sus alegrías y sus penas, a veces pocas unas y demasiadas las otras, comprobando que aquello que fue su niñez queda ya demasiado difuminado en su recuerdo, en este paso a dicha realidad. Son simple y llanamente adolescentes.

Si nos fijamos en algunos detalles más, en sus movimientos, en sus reacciones, en ese desconectar de la realidad en algunos momentos, comprobaremos que su conducta va como a trompicones, a golpes, a su ritmo, como el motor que se ahoga y da esos vaivenes que nos hacen mover el cuerpo y la cabeza sin sentido hacia adelante y hacia atrás para nada. Casi ya desde su nacimiento, cuando vieron las primeras luces, e incluso muchas veces antes, su impulsividad es acción prácticamente desde entonces, pero todo su ser desde el primer despiste o el mínimo movimiento es algo visceral, como si su autentica personalidad, esa que muchos más de los que sería deseable no entienden, brotará desde lo más adentro de su interior. ¿Tal vez de su corazón? Son sencillamente los adolescentes con TDAH que irrumpen en mi aula para permanecer bajo mi protección estos dos próximos cursos.

Javier Lozano 16 – septiembre - 2014

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