Ante
mí, un curso más, van entrando al aula una treintena de personas a las que no
conozco de nada, salvo un par de caras que me suenan de ver por los pasillos
hace algunos meses y que hoy repiten su entrada en un primero de la ESO como
hace justamente un año. Eso sí, sus caras no, pero sus hechos son perfectamente
reconocibles en sus primeras miradas entre ellos y hacia mí.
La mayoría comienzan a vivir el hoy como si
mañana no existiese o ayer quedase demasiado atrás para recordarlo, solo las
exigencias de su presente marcan sus días. La vida que vivimos el resto, los
mayores, los adultos, no les atrae en exceso y buscan en todo lo que les rodea,
especialmente en lo prohibido, sin importarles mucho el por qué, sensaciones que
les hagan sentirse diferentes, sin darse cuenta que en la mayoría de las
ocasiones es lo que les equipara a sus iguales.
Con el paso del tiempo, que parece encorrerles
a pesar de creerlo eterno a veces, comprobarán que la vida parece ir en serio,
más de lo que pensaban, y comenzará a atosigarles, haciéndoles en más de una
ocasión plantearse el por qué de sus acciones, eso sí, en silencio, en la
intimidad, sin que nadie sepa de sus titubeos. Esa realidad que vislumbrarán en
una lejanía que parecerá venir a su encuentro, irá pareciéndose cada vez más a
la de los mayores, esos que les atornillan y casi nunca les comprenden.
Día a día van dándose de narices con esa
realidad que la gente llama mundo, ese mundo lleno de adultos con sus alegrías
y sus penas, a veces pocas unas y demasiadas las otras, comprobando que aquello
que fue su niñez queda ya demasiado difuminado en su recuerdo, en este paso a dicha
realidad. Son simple y llanamente adolescentes.
Si nos fijamos en algunos detalles más, en sus
movimientos, en sus reacciones, en ese desconectar de la realidad en algunos
momentos, comprobaremos que su conducta va como a trompicones, a golpes, a su
ritmo, como el motor que se ahoga y da esos vaivenes que nos hacen mover el
cuerpo y la cabeza sin sentido hacia adelante y hacia atrás para nada. Casi ya
desde su nacimiento, cuando vieron las primeras luces, e incluso muchas veces
antes, su impulsividad es acción prácticamente desde entonces, pero todo su ser
desde el primer despiste o el mínimo movimiento es algo visceral, como si su autentica
personalidad, esa que muchos más de los que sería deseable no entienden,
brotará desde lo más adentro de su interior. ¿Tal vez de su corazón? Son
sencillamente los adolescentes con TDAH que irrumpen en mi aula para permanecer
bajo mi protección estos dos próximos cursos.
Javier Lozano 16 – septiembre - 2014
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