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Faltan
poco más de diez días para conocer a ese nuevo manojo de chiquillos de primero
de secundaria que llegan con caras asustadas con unos ojos que lo abarcan todo,
después se van soltando muy despacio, preguntando todo lo preguntable, hasta lo
que acabas de decirles, para en un tiempo no muy lejano comenzar a revolotear
más de lo que sería deseable. Es normal. Si la cosa va medianamente bien,
simplemente revolucionan la clase, especialmente en los cambios de asignatura,
aunque ahí habría mucho que analizar y seguramente los profesores que cambian
de clase tendrían mucho que decir.
Pasadas
las primeras semanas, ya han ido tomando confianza y se han hecho al centro. Llega
entonces la preocupación por las primeras calificaciones, las entrevistas con
las familias aumentan al ver que todo ya está en marcha de verdad, aunque
algunas, especialmente las de los alumnos que venían con algún problema bajo el
brazo ya habían aparecido antes de que las asignaturas comenzaran a rodar.
Con
el tiempo, estos chicos y chicas hoy entre expectantes y asustados, comienzan a
conocerte bien y, al ver que estás para ayudarles en su camino, depositan en ti,
su tutor, un cariño sin límites y comenzando a verte como alguien importante en
sus vidas, al menos en estos momentos. Más adelante llegará la complicidad que
en muchos casos, cuando se vayan, se convertirá en una amistad para siempre.
De
momento, mientras llegan, tengo una gran ilusión por verles, por conocer a las
personillas que formarán parte de mis desvelos, para bien y para mal, estos dos
próximos cursos. Como escuché en la película “A toda velocidad” hace ya unos
años… “extraño no equivale a enemigo, sino a un amigo que aún no hemos conocido”.
Espero no fallarles y poder sacar de ellos lo mejor académicamente, pero sobre
todo a nivel personal.
Javier
Lozano 2 – septiembre - 2014
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