El bullicio en la plaza donde bailan
jóvenes y mayores, cada uno desde el papel que le otorga la edad, es algo que
te devuelve a aquellos veranos de “maripis” y pantalón corto, de río y eras, de
caballerías por las calles y de pajares por llenar. La visita a la ermita
reformada y notablemente mejorada permite el encuentro con jóvenes que ayer
eran niños, amigos de mis hijas, con los que ahora disfruto del almuerzo que la
Comisión, que ha preparado perfectamente todos los detalles de estas fiestas,
reparte a los asistentes. Así, un sinfín de actividades da paso a esa alegría
tan necesaria en el mundo de hoy donde escasean las satisfacciones.
Y por fin llega la última noche, en la
que tuve la suerte de poder disfrutar y la verdad es que encontrarte con el
niño que fuiste y poder verlo desde la distancia que da el paso del tiempo y el
calor del afecto cercano, es algo difícil de igualar, una sensación de
bienestar que si no es la felicidad, se le debe parecer demasiado.
Los que ayer no teníamos más obligaciones
que los libros de texto abandonados durante el verano, cuando se podía, y más
preocupación que el bocadillo de la merienda o tal vez el de la cena, una
tortilla francesa en el pan, para corretear por las oscuras calles del pueblo,
hoy somos adultos, cada uno con su familia, trabajo e ilusiones. El paso de los
años y las circunstancias de la vida nos han llevado por derroteros distintos a
cada uno, incluso a ciudades separadas por cientos de kilómetros, pero jamás
han podido borrar de nuestra memoria aquellos recuerdos que nos ayudaron a
crecer.
Aunque por diversas circunstancias no he
podido participar al cien por cien, como me habría gustado, ha sido un volver a
estar con mi gente, a recorrer los lugares de mi más tierna infancia y donde
recuerdo que hice mis primeros pinitos como profesor, ayudando a algunos amigos
de correrías, de cuesta y río, de balón y fruta robada directamente del árbol.
¡Cuántos recuerdos! A pesar del paso de
los años el ser humano permanece en sus principios y he comprobado que el
cariño que encerraba la amistad de aquellos años, no sólo no se ha perdido con
el cansino caminar del reloj sino que, de la mano de la cordura que va dando la
edad, ha aumentado.
Gracias pueblo de Moros, en especial a
los amigos y amigas de mi infancia y adolescencia, a los que seguís a mi lado y
a quienes tuvisteis que partir de esta vida y permanecéis siempre en nuestro
recuerdo.
Javier
Lozano - agosto - 2014
Javier ¡ què bonitas palabras dichas desde el corazón! Cómo vamos a olvidar a una persona tan buena y comprensiva, humilde y cercano!! Para muchas personas un referente.
ResponderEliminarTuve el placer de compartir contigo muchos momentos de las fiestas moriscas y a pesar de los años sigues igual.
Ahora nos quedan los recuerdos de este año y la ilusión de las próximas festividades.
Un fuerte abrazo
Silvia, muchas gracias por tus preciosas palabras. Para mí fue un honor compartir las fiestas con las gentes del pueblo que me conocen desde niño y sé que me quieren y valoran, pero tener la suerte de compartirlas contigo en determinados ratitos, con tu hermana y tu familia en general, ya fue un privilegio. Ahora espero con muchas ganas e ilusión las siguientes, si es posible ya las de octubre. Nos veremos. Besos
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