Por
fin llegan las vacaciones. Todos los años igual, las llevamos esperando tanto
tiempo y cuanto más nos acercamos a ellas más parece que se alejan. Hoy ya han
desocupado nuestras aulas los últimos supervivientes a este curso que ya
sucumbe, se han dignado a visitarnos para recoger sus calificaciones tras las
últimas recuperaciones, porque lo que es a recuperar... han emborronado, en el
mejor de los casos, unos papeles y se han ido. Lo curioso es que se despiden
como si de unos amigos se tratara, conscientes de que nos veremos en septiembre
para algo similar, pero los ves desaparecer tras la puerta con una sonrisa
sincera de cariño, despreocupación, pasotismo, impotencia... nunca lo
llegaremos a saber.
Eran los pequeños de la E.S.O., chavales inconscientes aún en muchos casos, desanimados unos, provocadores otros, desprovistos de
objetivos y de muchas cosas más, pero sobre todo con ganas de vivir, de
disfrutar de estas vacaciones en la sociedad que los ha embrutecido y adormilado,
que los intenta absorber con sus fauces para sus adentros para convertirlos en
una masa despersonalizada.
Estos días interminables de peregrinación por los
pasillos de la Escuela de impenitentes jóvenes despedazados por el sistema, algunos
muertos vivientes académicamente, ya ni siquiera acompañados de aquellos textos
desgajados de antaño, no puedo parar de darle vueltas a una situación que para
ellos, para este curso, ya no tiene sentido ni razón de ser, pero que debemos
evitar que afecte a los siguientes alumnos que se sienten en el septiembre
próximo ante nosotros.
Nos vamos a la piscina, la montaña, el pueblo o la playa
con la conciencia bien tranquila. Hemos realizado aquel trabajo que comenzaba
hace algunos meses y hemos sobrevivido un año más, pero ¿no podríamos hacer más
por estas fierecillas? Debemos plantearnos cuestiones que nos hagan pensar en
más de un momento este verano, sí, aunque estemos de vacaciones, aunque sean
merecidas. Sólo si sabemos encontrar nuestros errores, y sobre todo si sabemos
reconocerlos, podremos superarnos como sería deseable de acuerdo con nuestra
deontología profesional.
No lo hacemos perfecto, ¡vamos! yo al menos no, y no
cuesta nada mejorar un poco en esos errores que a diario por desconocimiento,
pereza o negligencia cometemos y que pagan nuestros alumnos, sin mala
intención, como muchas de sus actitudes ante nosotros, pero que pueden ser el
detonante que los separe de nuestro lado, de nuestra labor en clase como
profesores, tutores e incluso como compañeros de viaje en esta vida que con
ellos nos ha tocado compartir.
Creo que merece la pena que hagamos un esfuerzo por
ellos, está en nuestras manos el evitarlo, al menos en nuestro Centro. ¡Animo!
sólo si nosotros queremos y lo intentamos codo con codo lo podemos lograr.
Javier Lozano 25-06-14
Vaya que si merece la pena!! pero hay tan pocos que lo creen que yo este curso lo recordare como el peor que he vivido de todos sumando los de mis hijos y los míos. Felicidades Javier, ¡porque tu lo vales!. Un gran abrazo amigo, y MAESTRO con mayúsculas.
ResponderEliminarGracias Mª Elena. Yo creo que todos, independientemente del desarrollo del curso y los resultados del mismo las merecemos. Otra cosa es que al final las cosas se hayan hecho mejor o peor y con mejores o peores intenciones. Lo más positivo en tu caso, es que si ha sido el peor, el siguiente va a ser mejor que el pasado seguro. Besos y mucha suerte.
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