Ulrike
Gondelsh. Ese es el nombre que aparece en el reverso de la fotografía que estás
viendo, una más en blanco y negro rescatada de aquel mercado donde Manfredo y
él, junto a la cajita misteriosa yacían entre trastos viejos y abandonados
esperando la mano ajena que revolviera el montón donde se encontraban juntos entre
amasijos de papeles y desvencijados cacharros, tanto o más que los recuerdos
que encierran, de los afectos que atesoraron o de las intenciones que las
hicieron posibles. Sólo el paso del tiempo que los difuminó y coloreó de
amarillentas tonalidades sabe de la verdad, su verdad.
La
ambigüedad de la foto me desconcierta. No sé si quedarme con el sol postrero
que aporta una sensación alegre de día primaveral por estrenar, o con la sombra
amenazante que hace que el niño centre en la persona que la proyecta, su
ingenua mirada. El verde de las plantas al sol, la valla de madera del fondo e
incluso su expuesta intimidad infantil en forma de orinal, dónde el pequeño
está sentado, me empujan al abismo que como en el caso de Manfredo pudo abrirse
con los años.
¿Daría
luz a sus días ese sol o simplemente fue un espejismo infantil? ¿Le perseguiría
esa sombra años después o pertenece a la persona que siempre le protegió? Es complicado
saber nuestro futuro en cualquier momento, pero más a tan tierna edad porque el
mañana siempre nos está acechando.
Me
sigue impactando desde que la vi esa carita entre concentrada y dulce, ese
gesto que sugiere interés a la vez que ingenuidad, expectación mezclada de
tensión por lo desconocido, lo que está por venir. Una carita que tal vez con
el tiempo cambiaría. Como Manfredo ¿será hoy un entrañable setentón? o el
inexorable paso del tiempo lo convertiría ya hace algún tiempo en parte del
terreno en que vivimos, en un recuerdo o tal vez en un fragmento de olvido
convertido en papel color ya casi sepia por los años pasados en un cajón de la
casa de la que fue arrancada la foto.
A
pesar del tiempo pasado, de los hechos que pudieran habernos acontecido, a
pesar de todos los pesares, e incluso de negar evidencias que pasan a diario
ante nosotros, tal vez sería bueno poner ante nosotros una foto como la de
Ulrike, de cuando todavía estaban intactas nuestras pasiones y nuestro futuro
prácticamente sin estrenar, para cuestionar lo que nuestra carita infantil nos
está diciendo. Hazlo, es un buen ejercicio, cuestiónate, atrévete a meterte en
ti mismo y a recuperar ilusiones perdidas.
Javier
Lozano 18 - 6 - 2014
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