miércoles, 9 de abril de 2014

Amargos recuerdos de adolescencia

Su caminar lento e inseguro, más que  torpe casi imposible, denotaban un paso del tiempo que, además de impedirle casi avanzar, había encorvado su espalda, aunque seguramente todavía más sus sentimientos, arañados por los recuerdos anclados con fuerza en un pasado duro y con toda seguridad injusto, causado por el dolor y la muerte cercanos dibujando profundas cicatrices casi imposibles de borrar, como las huellas marcadas por un niño sobre el cemento fresco como una travesura que permanecerá casi en una eternidad que olvidará en poco tiempo.

Cada paso un sufrimiento, cada traspiés un suspiro que arranca de lo más interno de su ser tal vez parte de aquellos llantos que quedaron ahogados por la impotencia que da no poder responder ante situaciones que la vida le impuso a base de innumerables golpes emocionales. Su último paso ante la visión del banco del paseo, un salto al abismo para descansar cuanto antes del esfuerzo sobrehumano que le ha costado llegar a él desde la puerta de su casa, unos pocos metros atrás.

Hacía años que no la veía, en aquella ocasión en una pequeña ciudad junto a la persona que tuvo que compartir y llorar angustias y convivir situaciones incomprensibles. Una breve conversación en la puerta de un café donde dejaban que la tarde languideciera ante ellos viendo a los paseantes que desgastaban las aceras. Fue la última vez que pude constatar una vitalidad hoy oculta tras ese fatigoso vagar por una existencia agotada muchos años atrás.

Las prisas y las cortapisas que ponen ante nosotros el paso del tiempo y las nostalgias, convertidas en tristes fantasmas de aquellos años adolescentes cuando los primeros amores afloraban en nuestros todavía tiernos corazones, hicieron que no me acercara a ella. La pena de la imagen actual y la tristeza de imágenes de hace más de tres decenas de años levantaron una barrera que me hizo desistir.

Una vez más, rebuscando en mis recuerdos, la recuerdo sonriendo con aquella expresión que desapareció cuando aquella incipiente tarde, al volver de la farmacia encontró sobre la acera la desolación, varios años de su vida vividos en milésimas de segundo. Sí, fue cuando su hija mayor, una de nuestras amigas más queridas decidió formar parte del aire que pasaba en aquél momento por su ventana.

                                                        Javier Lozano 09/04/2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario