Su
caminar lento e inseguro, más que torpe
casi imposible, denotaban un paso del tiempo que, además de impedirle casi
avanzar, había encorvado su espalda, aunque seguramente todavía más sus
sentimientos, arañados por los recuerdos anclados con fuerza en un pasado duro
y con toda seguridad injusto, causado por el dolor y la muerte cercanos
dibujando profundas cicatrices casi imposibles de borrar, como las huellas
marcadas por un niño sobre el cemento fresco como una travesura que permanecerá
casi en una eternidad que olvidará en poco tiempo.
Cada
paso un sufrimiento, cada traspiés un suspiro que arranca de lo más interno de
su ser tal vez parte de aquellos llantos que quedaron ahogados por la
impotencia que da no poder responder ante situaciones que la vida le impuso a
base de innumerables golpes emocionales. Su último paso ante la visión del
banco del paseo, un salto al abismo para descansar cuanto antes del esfuerzo
sobrehumano que le ha costado llegar a él desde la puerta de su casa, unos
pocos metros atrás.
Hacía
años que no la veía, en aquella ocasión en una pequeña ciudad junto a la
persona que tuvo que compartir y llorar angustias y convivir situaciones
incomprensibles. Una breve conversación en la puerta de un café donde dejaban
que la tarde languideciera ante ellos viendo a los paseantes que desgastaban
las aceras. Fue la última vez que pude constatar una vitalidad hoy oculta tras
ese fatigoso vagar por una existencia agotada muchos años atrás.
Las
prisas y las cortapisas que ponen ante nosotros el paso del tiempo y las
nostalgias, convertidas en tristes fantasmas de aquellos años adolescentes
cuando los primeros amores afloraban en nuestros todavía tiernos corazones,
hicieron que no me acercara a ella. La pena de la imagen actual y la tristeza
de imágenes de hace más de tres decenas de años levantaron una barrera que me
hizo desistir.
Una
vez más, rebuscando en mis recuerdos, la recuerdo sonriendo con aquella expresión
que desapareció cuando aquella incipiente tarde, al volver de la farmacia
encontró sobre la acera la desolación, varios años de su vida vividos en
milésimas de segundo. Sí, fue cuando su hija mayor, una de nuestras amigas más queridas
decidió formar parte del aire que pasaba en aquél momento por su ventana.
Javier
Lozano 09/04/2014
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