viernes, 17 de enero de 2014

Siguen siendo niños


He tenido una semana más liada de lo normal con cosas que se acumulan y que sólo un buen descanso y algo de cariño solucionan. Los días han ido pasando mientras el cansancio y el sueño iban haciendo su labor. A mi alrededor los de siempre, mis alumnos, esos adolescentes que no paran de jugar, de solicitar tu atención de mil maneras, pero entre ellos también alguno de esos que están entrando en esta etapa y aún tienen detalles de auténticos niños. Siempre digo que hay algunos que por su formalidad los metes en un grupo de bachiller y no los distingues de no ser por su tamaño, pero estos otros los llevas de visita a una guardería y te las ves y te las deseas para encontrarlos entre los pequeñajos a la hora de marchar.

Este miércoles, cuando ya vas pensando que el fin de semana casi se puede tocar con la punta de los dedos y miras de reojo el reloj, un chico de segundo de secundaria me ayudó a dar un empujón a mis ánimos con un invento que muestra la ingenuidad de estos seres diminutos que me rodean. Tras explicar un fenómeno llamado inversión térmica que hace que, por diversas causas, se eleven los niveles de contaminación, yo en una de nuestras charlas trataba de contarles con un ejemplo la nube de contaminación que se ve desde lejos cuando entras en Madrid y agradecía al dios Moncayo que nos envíe a Zaragoza ese viento llamado cierzo, tan incómodo casi siempre, pero tan efectivo para dejar una ciudad limpia de impurezas en el aire. Rápidamente uno de ellos levanta su mano y pregunta si no se podría solucionar eso con un aspirador gigante, totalmente convencido. Yo ya me imaginaba a los niños, los pájaros y demás cuerpos y objetos pequeños adheridos al filtro de semejante artilugio. Claro, luego dos golpecitos y una vez desprendidos del chisme, cada uno de nuevo a su sitio. Todavía se escuchan los ecos de las risas de los demás compañeros. Pasamos todos, incluido el autor del invento, un buen rato.

Esta misma mañana, a última hora, otra anécdota curiosa nos ha llevado en volandas hasta el final de la semana. He repartido un examen de matemáticas, ya corregido, que constaba de cinco problemas y cada uno al tenerlo en sus manos ha ido mirando su calificación. Una de mis alumnas, me llama desde su sitio y me dice: “Javier, ¿qué es esto que me has puesto?” refiriéndose a lo que aparecía en un círculo en la parte superior derecha. Al decirle que era un 10 casi le da algo. La chiquilla no había visto uno en su vida y aunque es cierto que estaba escrito con una grafía tal vez algo enrevesada, lo cierto es que sus ojicos no daban crédito a lo que tenían delante. Le he aclarado lo que era y le he dicho… a ver… "repite conmigo diiiiiiiiiezzzzzzzzzzz” lo ha repetido y hemos seguido la clase con una sonrisa.

 Así que esta es la forma que tienen estos críos de darte esa felicidad que muchas veces el día a día de tu vida te niega, unas sonrisas a vuela pluma que te hacen recordar que a tu alrededor la vida sigue y que la alegría y las sonrisas siguen existiendo y son posibles a pesar de toda la vida que arrastramos.

                                      Javier Lozano  17/01/2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario