He tenido una semana más liada de
lo normal con cosas que se acumulan y que sólo un buen descanso y algo de
cariño solucionan. Los días han ido pasando mientras el cansancio y el sueño
iban haciendo su labor. A mi alrededor los de siempre, mis alumnos, esos
adolescentes que no paran de jugar, de solicitar tu atención de mil maneras,
pero entre ellos también alguno de esos que están entrando en esta etapa y aún
tienen detalles de auténticos niños. Siempre digo que hay algunos que por su
formalidad los metes en un grupo de bachiller y no los distingues de no ser por
su tamaño, pero estos otros los llevas de visita a una guardería y te las ves y
te las deseas para encontrarlos entre los pequeñajos a la hora de marchar.
Este
miércoles, cuando ya vas pensando que el fin de semana casi se puede tocar con
la punta de los dedos y miras de reojo el reloj, un chico de segundo de
secundaria me ayudó a dar un empujón a mis ánimos con un invento que muestra la
ingenuidad de estos seres diminutos que me rodean. Tras explicar un fenómeno
llamado inversión térmica que hace que, por diversas causas, se eleven los
niveles de contaminación, yo en una de nuestras charlas trataba de contarles
con un ejemplo la nube de contaminación que se ve desde lejos cuando entras en
Madrid y agradecía al dios Moncayo que nos envíe a Zaragoza ese viento llamado
cierzo, tan incómodo casi siempre, pero tan efectivo para dejar una ciudad
limpia de impurezas en el aire. Rápidamente uno de ellos levanta su mano y
pregunta si no se podría solucionar eso con un aspirador gigante, totalmente
convencido. Yo ya me imaginaba a los niños, los pájaros y demás cuerpos y objetos
pequeños adheridos al filtro de semejante artilugio. Claro, luego dos
golpecitos y una vez desprendidos del chisme, cada uno de nuevo a su sitio.
Todavía se escuchan los ecos de las risas de los demás compañeros. Pasamos
todos, incluido el autor del invento, un buen rato.
Esta misma mañana, a última hora,
otra anécdota curiosa nos ha llevado en volandas hasta el final de la semana. He
repartido un examen de matemáticas, ya corregido, que constaba de cinco
problemas y cada uno al tenerlo en sus manos ha ido mirando su calificación.
Una de mis alumnas, me llama desde su sitio y me dice: “Javier, ¿qué es esto
que me has puesto?” refiriéndose a lo que aparecía en un círculo en la parte
superior derecha. Al decirle que era un 10 casi le da algo. La chiquilla no
había visto uno en su vida y aunque es cierto que estaba escrito con una grafía
tal vez algo enrevesada, lo cierto es que sus ojicos no daban crédito a lo que
tenían delante. Le he aclarado lo que era y le he dicho… a ver… "repite
conmigo diiiiiiiiiezzzzzzzzzzz” lo ha repetido y hemos seguido la clase con una
sonrisa.
Así que esta es la forma que tienen estos
críos de darte esa felicidad que muchas veces el día a día de tu vida te niega,
unas sonrisas a vuela pluma que te hacen recordar que a tu alrededor la vida
sigue y que la alegría y las sonrisas siguen existiendo y son posibles a pesar
de toda la vida que arrastramos.
Javier
Lozano 17/01/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario