Después de esperar mucho tiempo a que llegara el día, por fin anoche pude
reunirme con un grupo de personas excepcionales. Estuve cenando con un grupo de
antiguos alumnos a los que, salvo una escasa media docena, no había vuelto a
ver desde que salieron con unos 14 años del primer colegio de la antigua E.G.B.
donde empecé a trabajar como maestro.
Es difícil describir todo lo que sentí ayer. Hace unos tres años me pasó
algo parecido con unos exalumnos de la Escuela donde trabajo ahora y estas
navidades con otros de este colegio anterior. Fueron momentos muy entrañables
donde vuelves a sentirte querido, donde personas adultas te expresan con
palabras salidas del corazón lo importante que has sido en sus vidas sin tan
siquiera sospecharlo, porque cuando día a día estás a su lado en el aula,
aunque sabes que la teoría es exactamente así, no piensas que realmente pueda
ser tan lejano el efecto de tus actos, tus palabras o tu ejemplo y vives la
cotidianeidad con la tranquilidad que va dando el paso del tiempo y simplemente
sientes esa especia de mezcla agridulce, de tristeza porque se van y de alegría
por verles crecer, mientras notas como se te escapan de entre los dedos, como
tantos otros que han pasado por nuestras aulas.
Lo que ayer fueron niños que te querían a su manera, muchas veces
haciéndote rabiar, son adultos hoy que te lo expresan con palabras, abrazos y
besos e incluso con esa mirada que te dice que eres para toda su vida una parte
ya de ellos, que siempre has estado ahí en su recuerdo y en su corazón. Al
estar a su lado, al compartir cena, conversación y risas, ves que la distancia
que marcaba hace 25 años la diferencia de edad se ha estrechado hasta
convertirnos en amigos de los de verdad. Nunca habría imaginado en aquellos
tiempos tan pasados, que no olvidados, que una variedad tan amplia de personas
y caracteres, de formas tan distintas de pensar y de vivir, y de tantas y
tantas otras cuestiones que podrían separarnos más que juntarnos, podamos
seguir unidos por un cariño que trasciende el tiempo y el espacio. Hasta
estuvieron presentes aquellos que por diversas circunstancias no pudieron acompañarnos
personalmente pero que estuvieron con nosotros en esencia, e incluso en la
distancia, desde el frío Pirineo aragonés en estos meses de invierno hasta esa
Alemania que vemos tan lejana y distante en muchos sentidos.
Una vez más, y ya van unas cuantas, unos críos de ayer, nos demuestran hoy
con su realidad, con su forma de ser y estar, que debemos seguir con más empeño
e implicación si cabe haciendo nuestro trabajo diario en las aulas, porque
somos una parte esencial de su vida de hoy gracias a nuestras preocupaciones de
ayer. A todos los alumnos que he tenido siempre, a vosotros por la velada de
ayer y a cuantos pisen las aulas donde yo habite hasta el último día de mi
trabajo, os quiero agradecer el cariño que me devolvéis multiplicado por mucho,
aquél que yo os di un día sin saber que me esperaba años después el premio de
vuestro reconocimiento.
Javier Lozano 26/01/2014
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