Cada día que
pasa me gusta más mi profesión y creo que cada vez la entiendo menos, tengo con
ella una relación de amor/desamor que me produce unas extrañas sensaciones que
a diario alborotan mis sentimientos y aceleran mis pretensiones en cuanto a la
labor que realizo.
En estos últimos días he
vivido varias situaciones que necesito compartir contigo, porque seguro que a
ti te habrán ocurrido y son difíciles de digerir a solas.
Sitúate, primera reunión de
padres, lleno hasta la bandera, ambiente inmejorable y padres entregados al
máximo. He expresado como siempre una disponibilidad total al diálogo por el
bien de nuestros alumnos, esos hijos suyos que son un poco nuestros. Desde la
última fila, esa utilizada a diario por los “mejores”, surge la voz de una
madre (su hija es de las alumnas normales, sin problemas académicos) que, tras
levantar la mano, me lo agradece pero que hasta que no tenga las notas no
necesita hablar con nadie porque no tiene nada que decir. Ante la incredulidad
de lo escuchado y tras explicarle cortésmente que debemos creer en la educación
como un proceso en el que su colaboración es imprescindible y no como un
producto acabado, como ella cree, prosigo una reunión que termina exitosamente
con ese único lunar que a mi me deja un regustillo un poco amargo.
Otra historia, varios días
después, un lunes, me dispongo a abandonar el Centro para ir a casa a comer, un
alumno me llama para que le ayude a separar a un compañero que está siendo
agredido en la calle. Tras resolver la situación con varios compañeros míos, un
padre se nos acerca acusándonos de no enterarnos de nada. El sabía desde el
viernes anterior lo que iba a suceder y nosotros no, venía a buscar a su hijo
para que no le hicieran nada, “¡ah!, los demás que se apañen”. Yo no puedo más
que aclararle su obligación de prevenirnos. Le da lo mismo, no tiene
responsabilidad, ni siquiera moral de avisarnos, nosotros sí de estar
informados.
La tercera. Día de fiesta,
comida familiar. Una persona cercana, sin hijos, tras debatir algunos problemas
de la sociedad actual y la juventud que la conforma, me lanza a bocajarro que
ya vale de pedir ayuda y colaboración a
los padres, que a nosotros nos pagan por nuestro trabajo, que lo hagamos y
dejemos de molestar.
Después de vivir estas
situaciones se te queda un cuerpo...
Si le doy vueltas a todos
estos hechos, es porque sigue preocupándome la educación de mis hijas, la de
mis alumnos y el poder amasar ese granito de arena que la sociedad en la que
vivo espera de mí, de mi trabajo diario. Todo esto, los padres de mis alumnos,
las miradas que me lanzan todas las mañanas mis chavales al verme, me hacen
pisar cada vez más fuerte y con más ganas e ilusión, hacen que cada día tenga
más ánimos para hacer las cosas un poco mejor que el día anterior, pero tengo
que confesarte que en muchas ocasiones me siento algo defraudado por lo que me
rodea, me encuentro “solo ante el peligro”.
Zaragoza 25-11-1998
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