Unas
veces el silencio, otras la soledad, demasiadas el aburrimiento en esos
momentos en que unas palabras o una sonrisa serían capaces de convertir en luz
cualquier atisbo de sombra que merodeara por nuestro ya maltrecho corazón, pero
escasean ambas y el tiempo va dejando caer en su perezoso caminar nuestras
pequeñas ilusiones, esas que todavía resbalan arrastrando tras ellas emociones
y sentimientos que simplemente dejan como poso pensamientos que se van tornando
amarillentos en nuestra memoria.
La
vida fluye lejos desarrollando su propio latido, al otro lado del cristal, en
tonos cálidos cuyo brillo amortigua simplemente la carencia de realidad, en una
ausencia de libertad que esconde hasta el calor de una mirada o la caricia del
espacio semivacío junto a la ventana que nos muestra la lluvia del corazón, el
paseo sin destino de los caminantes que apuran el sorbo de ese minuto que les
quedó en el fondo de la taza de sus indiferencia.
Más
allá del abismo del sinsentido, donde la razón rompe la norma y se convierte en
secreto húmedo y electrizante parapetado jugando a la inconsciencia, la vida
retoma otro camino, otra virtud, un amago de sueño que tras volver a su propia
piel, a su caminar pesaroso, realiza un requiebro, mitad tropiezo, mitad salto mortal que devuelve el
latido que se escapó a la caja de dónde tal vez nunca salió, dejando en un
interrogante como de estertor frío la duda vital de su propia existencia.
La
incertidumbre del camino, su extraño recorrido, las voluntarias lagunas de la
memoria hacen el resto de una vida llena de fragmentos del futuro en papel
frágil de imágenes difuminadas convertidas en deseos y roces recién estrenados,
de sutiles pasos hacia un mañana que tal vez sea un ayer cuyo futuro no existe,
porque el hoy no lo puede abarcar con su cruda realidad.
Zaragoza
30-11-2013
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